Rodin, en carne y yeso

Fernando Iturribarria PARÍS / COLPISA

CULTURA

IAN LANGSDON | Efe

Francia conmemora el centenario de la muerte del influyente escultor con una retrospectiva en el Grand Palais de París

22 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Auguste Rodin (1840-1917) falleció en plena Gran Guerra sin que el convulso contexto histórico permitiera los funerales nacionales que su genio merecía. Cien años después de su muerte, Francia rinde al inmortal creador de El pensador el homenaje pendiente con un programa conmemorativo en el que destaca una magna retrospectiva organizada en el Grand Palais de París. La exposición retrata el universo creativo del influyente escultor y la fascinación ejercida en artistas como Brancusi, Picasso, Julio González, Matisse, Giacometti, Beuys, Baselitz o Gormley a través de sus escayolas, sus dibujos y sus bronces o mármoles hechos carne.

La muestra, que se abre hoy al público, reúne hasta el 31 de julio 331 piezas, de las que 169 están firmadas por Rodin sin que falten obras maestras como El beso, Balzac, Los burgueses de Calais o Las puertas del infierno, además de su universal pensador. El recorrido está estructurado en tres capítulos que declinan el Rodin expresionista, el experimentador y su onda expansiva tras la Segunda Guerra Mundial en la modernidad interesada por la herencia figurativa. El grueso de la selección procede del museo Rodin de París, pero hay también préstamos de la baronesa Carmen Thyssen, de la National Gallery de Washington, del Fine Arts de Boston, del Victoria & Albert Museum de Londres y del Hermitage de San Petersburgo.

Las comisarias Antoinette Le Normand-Romain y Catherine Chevillot limitan los diálogos y paralelismos a los escultores cuyas preocupaciones y sensibilidad estética se aproximan al expresionismo encarnado por Rodin. «La invención del ensamblaje, de la figura parcial o del collage precede la práctica de Matisse y de Picasso, su uso del dibujo se adelanta a los grandes expresionistas germánicos y su relación con la fotografía anuncia la de Brancusi o Moore», explican.

Algunos epígonos, discípulos o herederos se alejaron voluntariamente del patriarca inspirador por coincidir con Brancusi, autor de otro Beso (1905) muy depurado, quien sostenía que «no crece nada a la sombra de los grandes robles». Opinión rebatida por Antony Gormley, conocido por sus siluetas humanas sumergidas en el mar de Liverpool, quien proclama: «Rodin es el árbol monumental que da una sombra muy larga: es difícil hallar un trozo del mundo que no esté conectado al árbol o la sombra que lleva».

De especial interés son las variaciones, series y fragmentos en yeso, el material predilecto de Rodin por ser materia inmaculada para la reinvención permanente de un arte de la luz y el espacio. Las sorprendentes transformaciones de las pruebas en escayola dan testimonio de la libertad prodigiosa de un escultor cuyo poder creativo no se limitaba al moldeado o el fundido.

No menos interesante es el erotismo sensual de sus dibujos y acuarelas de desnudos femeninos de un artista para quien «el cuerpo es un molde en el que se imprimen las pasiones». «El arte no es más que una forma del amor. El deseo, qué formidable estimulante», solía repetir este empedernido mujeriego que no se casó con Marie-Rose Beuret, el amor oficial de su vida, hasta los 77 años, meses antes de morir. Ella sucumbió a una neumonía dos semanas después de la boda. «Es bella como una estatua», dijo lapidario el viudo ante el cadáver.