Huellas de un titán en construcción

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Ediciones del Viento publica la novela de juventud de Walt Whitman «Vida y aventuras de Jack Engle», redescubierta en el 2016, 165 años después, en la Universidad de Houston

17 mar 2017 . Actualizado a las 08:31 h.

Habla mucho de la capacidad de reacción de un sello que menos de un año después de que Zachary Turpin -un estudiante de doctorado de la Universidad de Houston ocupado en la digitalización de documentos- encontrase la novela perdida de Walt Whitman (West Hills, Long Island, Nueva York, 1819-Camden, Nueva Jersey, 1892), ese sello, la casa coruñesa Ediciones del Viento, la coloque en las librerías vertida al español. Traducida por Miguel Temprano y con prólogo de Manuel Vilas, Vida y aventuras de Jack Engle estará a la venta el próximo lunes. Publicada por entregas y de manera anónima (entre el 14 de marzo y el 18 de abril de 1852) en el rotativo neoyorquino The Sunday Dispatch, estuvo perdida durante 165 años, lo que convierte el libro producido por Eduardo Riestra en todo un acontecimiento editorial, más allá del puro interés artístico, porque se trata de la segunda novela conocida -con Franklin Evans, el borracho- del hombre que hizo entrar en la modernidad la poesía y la literatura de EE.UU., y que hoy es tenido por uno de los padres fundadores de la patria norteamericana.

Solo tres años después, en 1855, salió a la calle su mítico poemario Hojas de hierba, pero ese Walt Whitman no quiso reconocer sus novelas, que consideraba de segundo orden. Vida y aventuras de Jack Engle se publicó de forma anónima y en cuanto a Franklin Evans, el borracho (1842), la reprobó amarga e insistentemente mucho tiempo después: «Era un simple panfleto [...] ¡Casi acabó conmigo! Era una auténtica porquería. Porquería de la peor calaña. Insincero es posible que no, pero malo era con avaricia. Eso de la novela a mí no me iba y ahí es donde puse punto y final. Nunca más volví a tropezar con la misma piedra». Este texto -que incluye el prólogo que la profesora Carme Manuel preparó para la edición de Franklin Evans que Cátedra publicó en el 2012- forma parte de las conversaciones recogidas por Horace Traubel, y en él, de paso que deplora aquel relato, niega para la posteridad la existencia de Vida y aventuras de Jack Engle. Pero la realidad es tozuda y aflora. Primero, no fue Hojas de hierba la obra más vendida en vida de Whitman, sino el Franklin Evans. Y segundo, el Jack Engle ha acabado por aparecer.

No hallará el lector la poderosa y atronadora voz del «viejo hermoso» Walt Whitman, el gran bardo de la barba llena de mariposas y los hombros de pana gastados por la luna, al que tan hondamente cantó García Lorca. Pero sí encontrará las huellas de ese titán en construcción. Porque en ambas novelas está patente la gestación del guardián cívico, del defensor de la democracia, que viene directamente de su dura experiencia familiar -hasta hubo de trabajar de carpintero como su padre-, su dedicación a la enseñanza en pueblos dejados de la mano de Dios y su abnegada labor periodística.

Whitman tenía 33 años cuando escribió de manera un tanto vergonzante Vida y aventuras de Jack Engle, pero su juventud estaba muy lejos. Había quedado en el terrible camino trazado desde que, con solo once años, dejó la escuela para contribuir a la apurada economía familiar y con apenas quince publicó en la prensa su primer artículo firmado.

Y, en el fondo, su mentalidad profundamente crítica, reformista y social coincidía en intenciones con las motivaciones que alentaban la llamada ficción antialcohólica -hoy tan envejecida, pero entonces pujante- y que trataban de reconducir la vida descarriada del trabajador, alejarla de la bebida con unas narraciones de carácter pedagógico, aleccionador y moralista. Estaba en el espíritu de Whitman transformar al pueblo americano, dignificarlo. No en vano, contaba muchos años después, el marqués de La Fayette (que había luchado en la Revolución americana) abandonó un desfile para tomar en brazos al niño Walter de 6 años, alzarlo y besarlo en la mejilla. La misión trascendente había sido señalada.