White resumió la experiencia como la «más traumática de su vida». Denunció insultos, proposiciones indecentes e insinuaciones sexuales por parte no solo de Affleck, también de otros miembros del equipo. Aseguró que durante el rodaje, el director se refería a las mujeres como «vacas», que les pedía a los técnicos que se bajasen los pantalones y les enseñasen el pene, que ocupaban su habitación para tener sexo con varias chicas. Casey -siempre según el testimonio de la productora- intentó tener relaciones sexuales con ella, llegó a zarandearla agresivamente cuando se negó y se dedicó a insultarla llenándole el móvil de mensajes ofensivos. Similares ataques verbales, insinuaciones fuera de tono y roces indeseados fueron descritos por Magdalena Gorka, directora de fotografía. En ambos casos, el asunto se saldó el privado, a golpe de talonario. Dinero a cambio de discreción, de una demanda paralizada que evitó que Affleck fuese juzgado. ¿Su versión? Un caso de extorsión.
Ambos actores son, a efectos de la ley, inocentes. Como Woody Allen. Pero la duda está ahí. Los testimonios están ahí. Y, en algunas ocasiones, incluso la sentencia está ahí. Como la de Polanski. Con la duda resuelta -sí se puede nominar y premiar a alguien denunciado por acoso sexual-, la pregunta se reformula: ¿Se puede disfrutar del trabajo de una persona reprobable? ¿Admirar su obra? ¿Separar al creador del ser humano?