La artista viveirense expone en Londres dos vídeos que se sirven del agua como metáfora del ciclo del tiempo
09 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Vio el mar en Viveiro las 24 horas del día. La artista lucense Gemma Pardo se acuerda de ser una niña y estar saliendo y entrando en el agua. De hecho, tiene el mar tan interiorizado, que reconoce que lo usa como metáfora para todo. Ahora, recurre a él una vez más para participar en El Támesis: la arteria de Londres, donde se muestra su trabajo hasta el día 18 en la capital británica.
La exposición explora y considera el río Támesis y su carácter iconográfico y simbólico a través de una amplia gama de la práctica visual contemporánea. Pardo lo hace a través de dos videoproyecciones: Congo 1880 y Untitled 1990. «En las dos utilizo el agua y los ciclos temporales de la marea como metáfora transaccional entre el tiempo y las consecuencias que el pasado tiene en el presente y en el futuro. Para la vida, para la muerte, para los ciclos, para el pensar, para el meditar», explica Pardo minutos antes de que comience un encuentro entre público y artistas.
Lo cierto es que en una ciudad donde las prisas son el motor del día a día, esta artista gallega afincada en el Reino Unido hace trabajos que son «bastante contemplativos». Le gusta que la gente se siente a verlos y que se pare a reflejar en ese tiempo. Para ella, el mar tiene un efecto universal de ser hipnotizador y una atracción, ayudando un poco a agarrarse para hacer que pertenezcas un poco al tiempo más trascendental: «La mayor parte del mundo es agua y nosotros la ignoramos al egocentrismo este de que, lo que importa es la tierra. Pero en realidad en el mar es donde hacemos todo. Si no tuviéramos eso no podríamos sobrevivir ni tener éxito como especie. Todo lo que hacemos nosotros o está cerca del mar o del río».
Atrapar el tiempo
Pardo intenta coger el tiempo y estrujarlo. Exponerlo todo en unas imágenes. En Congo 1880, tira de la historia para fijarse en el Congo francés y el colonialismo. Quiere hacer que el espectador lo vea y se sienta en un momento ambiguo. Explica como las imágenes son «muy monocromáticas», no se sabe muy bien si es frío del pasado, del futuro. Poco a poco va subiendo la marea y con ello el paisaje va cambiando, algo que ya es mucho más contemporáneo y más familiar. Y cuando la marea supuestamente sube a tiempo real, la audiencia se da cuenta de que estás en una ría corriente e industrial y aparece que hay una industria al fondo.
Se cumple casi una década desde que Congo 1880 fuese seleccionado en los premios Bloomberg New Contemporaries en el 2007, pero sigue filmando el mar. La única gran diferencia es que ahora añade al ser humano como parte de su obra y lo hace más protagonista. «Soy muy gallega, las imágenes que uso siempre tienen ese reflejo de volver al mar que yo veía», explica, unas están grabadas en el Támesis, pero otras en muchos países que va visitando. Le gusta mucho viajar y siempre lleva la cámara conmigo. «Siempre intento mostrar algún sitio, que igual la gente piensa que es Galicia, pero que en realidad es China», añade. Intenta capturar así esa universalidad y ese lenguaje sencillo que todos tenemos cuando vemos el mar o un puerto lo puede relacionar. Hace una conexión de lo global con lo local. Un juego en el que parece que se está en el Congo, cuando en realidad es la desembocadura del Támesis.
Tras 16 años en Londres, reconoce que regresa a Galicia por lo menos tres veces al año. Allí acaba de comprarse una casa y está segura de que se va a retirar en Xilloi, en O Vicedo. «Intento ser ciudadana del mundo, pero a la vez reconozco que muchas facetas de mi son galleguísimas, desde el acento a mi trabajo, la humildad, el tipo de entendimiento, de querer hacerse entender de una forma muy llana. Yo creo que muchos gallegos lo tenemos», comenta.
Tras dos años disfrutando de la maternidad, ahora va a tener una exposición en Burgos y otra en Londres. Precisamente reconoce que le apasiona esta ciudad, pero tiene claro que con «circunstancias políticas como el Brexit igual me voy. Estoy muy contenta de estar aquí, pero me iría porque se me rompió un poco el corazón. Llevo aquí 16 años, conozco mucho Inglaterra y la verdad es que no me lo esperaba. En realidad, la mitad de mi familia es inglesa, mi hijo es londinense, su papá es inglés, no sé, es algo que nunca pensé que lo iban a enfocar en la inmigración. Siempre pensé que yo aportaba mi granito de arena a esta sociedad y ahora parece que hay ciertas personas que no quieren eso. Prefiero vivir en una sociedad que me acepte. Es como si estás en una casa en la que no estás invitado a la fiesta y estás ahí. En Londres eso no se nota, pero en otras partes del país que sí».