Jonás Trueba: «No me interesa tanto contar historias como rodar algo que sea verdadero»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

VINCENT WEST | REUTERS

Hijo de Fernando Trueba, es uno de los autores más originales del cine español. Hoy trae a Galicia su filme «La reconquista»

17 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Estuvo hace unos días en Corea del Sur (en Busan), el gran festival asiático, y después en el BFI de Londres «acompañando la vida de la película [La reconquista] en sus primeros momentos». Aunque cuando remata un filme tiene «ganas de acabar y pasar a otra cosa, y no dedicar mucho tiempo más a pensar en lo mismo». Es Jonás Trueba (Madrid, 1981), uno de los cineastas más originales y pujantes del momento, y está hoy en Santiago (en Numax) para impartir el aula Somos siempre principiantes; presentará su último largo y asistirá al debate posterior. «El coloquio tiene algo muy fuerte. Acaba la proyección y te pones justo delante de toda la gente y les ves las caras de una manera directa. Es muy revelador. Sientes cómo descansan los cuerpos en las butacas, la actitud que tienen, es como un momento privilegiado. También hay algo impúdico -admite- en privarles del momento íntimo que se crea al haber estado solos con la película».

-Y esa pregunta inoportunamente temprana: ¿qué?, ¿te gustó?

-Estoy en contra de esa idea (muy del mundo moderno) de que hay que tener un juicio de todo y lo más rápido posible. Acaba el pase y ya estás escribiendo un tuit: la he visto y me parece bien o mal. Una película buena tardas en digerirla, en darte cuenta de cómo se posa en tu cuerpo. Con La reconquista, es frecuente el comentario «llevo días dándole vueltas». Y me gusta, significa que no les resultó algo efímero.

-La tesis del filme es algo puñetera, juega a revolverte por dentro. ¿Habla de que el paso del tiempo no cambia a las personas?

-Es ambigua. Pero sería tremendo hacer una afirmación de que el paso del tiempo no nos cambia. Y precisamente de lo que habla la película es del miedo a ese cambio, de cómo lo aceptamos o no.

-De repente el pasado regresa y te pone ante ese espejo incómodo y te dice lo que has cambiado...

-La película habla de eso, de cómo a veces solo podemos reconocernos en el pasado a través de otras personas, que hemos querido y con las que de repente nos topamos. Trabaja unos personajes que se respetan en el presente más allá del pasado compartido. Podrían regresar para hacer un reproche, para destrozar tu presente. En el cine esto es casi un género. Esta película huye de ello para construir algo mucho más sutil, que tiene que ver con el afecto, las relaciones humanas, y con cómo la vida a veces te coloca ese espejo para devolverte una sonrisa agridulce. La película tiene algo de aceptación de la vida para bien y para mal.

-Pero algo de quiebra deja en el ambiente. De hecho, cuesta pensar cómo se resistió a la tentación de una escena de cama, de que la pareja actual se resintiese.

-Me interesaba mostrar el respeto entre Olmo y Manuela, novios en la adolescencia, y entre Olmo y Clara, pareja en el presente. No me interesaba hacer una película sobre los celos, ni sobre las parejas, ni sobre un hombre entre dos mujeres que tiene que elegir. Me resistí, por tanto, con mucha felicidad. Sabía muy bien la película que no quería hacer, la que quería hacer no la tenía tan clara...

-Parece que el amor es el gran tema de su filmografía.

-Puede decirse. Aunque siempre hemos trabajado el amor en las películas de una manera poco evidente o poco central. No hemos hecho hasta ahora verdaderamente una película pura sobre el amor. Siempre estoy trabajando el amor desde lados diferentes, las consecuencias del amor, la ausencia del amor, su resonancia... No es solo eso de chica-le-gusta-chico.

-¿Se siente un romántico?

-Al contrario. La idea romántica del amor que nos venden ha hecho mucho daño. Estoy curado de eso, sé que es una mentira. Lo que busco en mis filmes es una coherencia, más que la idea romántica y empalagosa: mostrar que es difícil, que esa idea es imposible, y que lo que hay que buscar es una idea de felicidad con respecto al amor que sea vivible.

-Cuando se menciona su cine se cita a Truffaut, Rohmer, la Nouvelle Vague. ¿Cómo lo encaja?

-Son cineastas que me han hecho feliz, pero es un recurso fácil que te atribuyan esa etiqueta y la repitan hasta la saciedad. Me han influido muchos cines más allá de ese. El cliché me va perjudicando porque parece que convierte mis filmes en cinéfilos, y no es verdad. Estoy haciendo películas no basadas en un cine de antes sino en un presente donde retrato a personas que viven en ciudades como la mía, con sentimientos que son los nuestros...

-Es fácil ver «La reconquista» y pensar en «La rodilla de Clara», «Pauline en la playa»...

-Para alguien que es cinéfilo, y su cinefilia se le impone. Pero La reconquista no está hecha pensando en Rohmer. Nos gusta a todos y ha filmado escenas de desayunos, de chicos y chicas caminando por el parque... Pero es que eso es también nuestra realidad. En Santiago o en Madrid, hemos paseado por los parques, debatido sobre el amor, y eso no es un patrimonio de Rohmer ni de ese cine. Todo esto viene de un complejo. Tenemos que creernos que nosotros filmamos esas cosas porque también nos pertenecen, y que no son un recurso cinéfilo.

-Son historias que contar.

-Pero no me interesa tanto contar historias como filmar algo que sea verdadero, que tenga intensidad.

-Pero tendrá unos referentes...

-Son algo más iniciático. Yo ya llevo tiempo trabajando en el cine y al final aprendes que trabajas con lo que tienes, contigo mismo. Los referentes pueden ser muy útiles para un estudiante. Pero llega un momento en que uno viaja con su propia experiencia vital. Claro que tengo hermosas vivencias cinematográficas. Mekas, Truffaut, Hong Sang-soo, Edward Yang, Ozu, Mizoguchi, Buster Keaton...

-¿Y el Hollywood de hoy?

-Intento no desengancharme del todo porque cada vez me interesa menos. Cada año trato de ver las cintas más o menos grandes, incluso los blockbusters, por curiosidad. Pero me preocupa que se imponga como modelo único.

-Las nuevas series televisivas...

-No tengo tiempo para las series de televisión. Son perfectas para alguien que está solo o desesperado o para parejas que ya no saben ni qué hacer. Esta muy bien esa cosa que tienen adictiva que te enganchan. Me alegra porque le han quitado al cine la responsabilidad de solo mantener entretenida a la gente. Las series se quedan con el arte de lo puramente narrativo. El cine tiene que ser el arte de lo sensitivo.

«He podido hacer las películas que quería sin sentir que soy un cineasta pequeño»

Hijo del oscarizado director Fernando Trueba y sobrino del cineasta y escritor David Trueba, Jonás asegura, que, de los tres, él es el más limitado. «Son mucho más inteligentes que yo», dice.

-¿El apellido pesa o es acicate?

-Es un hecho. Estrictamente real. Ser hijo de quien soy es algo que no puedo cambiar, y tampoco creo que quisiera, porque me siento muy privilegiado. No de tener este apellido, sino de haber crecido en un lugar donde se respira amor no solo por el cine sino también por el arte y por las relaciones humanas. Todo eso me ha dado mucho. ¿Qué voy a decir?, estoy feliz. Que esto conlleve un cierto prejuicio...

-Lo suyo es la película modesta.

-No tengo tan claro ni siquiera el tipo de cineasta que soy. Hasta ahora, las películas que voy haciendo son las que necesito hacer. Y he podido hacer las películas que quería sin sentir que soy un cineasta pequeño. Efectivamente, hemos hecho películas con medios muy escasos, pero nunca he sentido que me faltaba algo importante. Tengo una visión muy posibilista, el cine hay que hacerlo con lo que tienes y no sufriendo por lo que no tienes.

-Los diálogos parecen claves en la construcción de sus películas...

-Son películas donde se habla mucho, pero lo que me interesa no es tanto lo que los personajes dicen como el hecho de ver a la gente intentando comunicarse, y a veces torpemente. No hay diálogos brillantes, como de comedia clásica, sino que son más cercanos a la vida. No diría que hago películas construidas sobre el diálogo. Y cada vez menos. Me interesa más la respiración, la mirada, el gesto, el movimiento del habla, las manos, el cuerpo.

-¿Y maneja un guion cerrado?

-Lo que hago es entregarle esas palabras al actor con la intención de que no se las tome como la Biblia sino que las incorpore de una manera más espontánea.

-¿Siente que está retratando una generación, quizá la del 15-M?

-No. El filme Vida extra, del lucense Ramiro Ledo, sí que era un intento de capturarnos. Me sentí en esa película cuando la vi, me reconocí y reconocí a muchos amigos. Ponían sobre la mesa todas las dudas existenciales de una generación que sentía muy cercana. Yo no me he movido con ese ánimo de retratar un tiempo concreto. Sino que ha habido una aspiración un poco más de sobrevolar todas esas cosas más apegadas al puro instante presente. Trazo un mapa de sentimientos que va más allá de nuestra generación. O eso me gusta pensar.