Y Claudia Piñeiro descubrió que su bisabuelo era un afilador ourensano

xosé manoel rodríguez OURENSE / LA VOZ

CULTURA

La escritora argentina desembarcaba el martes en Ourense para participar en el 82.º Congreso de Pen Internacional

03 oct 2016 . Actualizado a las 09:29 h.

A la escritora Claudia Piñeiro (Burzaco, Argentina, 1960) los compromisos profesionales la trajeron este año tres veces a España. Acudió a la Semana Negra de Gijón, el pasado fin de semana visitó el Hay Festival de Segovia y el martes desembarcaba en Ourense para participar en el 82.º Congreso de Pen Internacional. Autora de títulos muy celebrados en los últimos años en Argentina, con adaptaciones de sus novelas al cine, creadora de piezas teatrales y con una colección de distinciones en su haber, tenía una asignatura pendiente en Ourense.

Uno de esos deseos que anidan donde duermen los sueños la empujaba a volver a pisar los mismos caminos y abrazar a las personas de las que guarda un especial recuerdo, todo sentimientos, en su memoria. La joven que en 1986 se bajaba del bus en Castro (Laza) para buscar sus orígenes, por la línea materna, tenía claro cuál era su anhelo, traía grabados nombres y lugares: «Quiero ir a Soutelo Verde y Castro [Laza] y Zumento [Nogueira de Ramuín]. En Castro sé que hay familia; en Zumento no tengo datos y va a ser difícil, pero igual quiero ir».

Ya en la A-52 la autora de Betibú se sincera: «Recién ayer por la noche, estando en Ourense, me acordé de que mi abuelo tenía en la Argentina una rueda de afilar. Estaba en el patio y la movía con el pedal. Y también que en las casas de mis amigas no había las cosas que estaban en la mía». Piñeiro recuerda también que su abuelo era cazador: «Salían a por perdices, en la cuadrilla eran todos gallegos, y al regresar tiraban las arpilleras en el patio y se repartían las piezas. Después mi abuela preparaba perdiz en escabeche». 

En Soutelo Verde la suerte no acompaña. Con el alcalde José Ramón Barreal como guía, localiza la casa de Cati Fernández, la joven que mantenía el contacto con la familia y con quien se alojó en 1986 -«Ella era el lazo de unión acá, la que se carteaba con mi abuelo y nos mantenía unidos a la tierra»-, se casó y vive en Tenerife; su padre, Serafín el del estanco, murió el pasado año. 

«¡Es él, es él!»

Sabe que en Castro irá mejor: un familiar suyo estuvo de visita el pasado año y trae el teléfono de Benito Diéguez, primo de su abuela. El coche para al pie de la escalera; llaman, segundos de incertidumbre porque nadie contesta, y después un hombre mayor fibroso y ágil sale al balcón. Y la maestra del suspense muestra que la vida supera la literatura y se emociona: «¡Ahí está. Es él, es él. Tiene la misma cara que hace treinta años!». Tras el desconcierto inicial Benito se convierte en oráculo de la saga: antes de llegar a Castro vivieron en Lubián (Zamora), el abuelo era coronel de la Guardia Civil, del pueblo era la abuela de Benito. El primo de Cándida Pérez Osorio, abuela de la escritora, le enseña las ruinas de la casa familiar («hace siglos fue un viejo convento de monjas») y atiende todas las consultas para resolver dudas y aportar luz sobre las lagunas genealógicas de Claudia. El dato de Zumento estaba mal, como los presagios de la escritora. Con César Parente, alcalde de Nogueira de Ramuín, localizó a sus familiares. La abuela Cándida era natural de Fontefría y cuando su madre se fue a Argentina en busca de su padre dejó a la niña y a su hermana con unos parientes en Lamaforcada -después estos embarcaron en Vigo a Cándida y a su hermana para reencontrarse con su padres-. Y así fue como Claudia acabó sabiendo que su bisabuelo era afilador y se marchó a Argentina con la rueda.