-En esa exposición sobre arte y locura que prepara la protagonista usted va citando a autores...
-Son reales, menos uno que me invento. Todos los demás, los que parecen más extravagantes y más imposibles, son anécdotas auténticas. Y claro, son los extremos del ser, las cosas que uno llega a hacer porque en muchos casos estos autores malditos cometen esos excesos por amor o por falta de amor. Muestran también hasta qué punto el amor o la falta de amor nos vuelve locos, nos vuelve patéticos, nos hace hacer esas cosas increíbles e indecibles. De alguna manera, Soledad se ve reflejada en esos malditos. Ella también se considera una maldita. Su vida se va desvelando a lo largo del libro, que es una intriga, aunque no tiene nada que ver con una novela policíaca, a pesar de que hay sangre y persecuciones; es una novela de suspense, una intriga muy fuerte.
-Hay otros personajes reales en la novela, incluida usted misma...
-Sí, en todas mis novelas está ese juego entre lo real y lo imaginario porque para mí la realidad y la ficción no son cosas tan separadas. Al contrario, hay una zona de sombra muy resbaladiza que las une. Cuando recuerdo algo que ha sucedido hace 20 años en mi vida, no estoy muy segura de si lo que recuerdo lo he vivido, lo he soñado, lo he imaginado o lo he escrito. He hecho recursos de este tipo en otras novelas, y en esta salgo yo, efectivamente. Hay una escena, que me lo pasé genial escribiéndola, donde mi personaje se junta conmigo. Ella es una misógina tremenda y yo siempre he detestado a las mujeres misóginas, pero a Soledad he llegado a entenderla y a quererla. Mi personaje, que detesta a las mujeres escritoras, dice barbaridades sobre mí, es muy borde, muy borde, muy borde. Pero, fuera de ser borde, parte de lo que dice tiene bastante razón.