Caníbales en la Texas de «The Bad Batch»

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

FILIPPO MONTEFORTE | AFP

La textura del segundo largo de Ana lily Amirpour quiere ser la de un cruce del Mad Max posfeminista, spaghetti y toques de gore

07 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Pasaba en el Lido uno de los asuntos más aguardados. The Bad Batch es el segundo largo de Ana Lily Amirpour, cuyo debut con el spaghetti western a la iraní A Girl Walks Home Alone At Night colmó las emociones sobrevaloradas de los buscadores de perlas. Creo que algo de aquellas hipérboles se pagan ahora con la decepción de The Bad Batch, una distopía ambientada en la frontera entre Texas y México, donde hay lucha de clases entre caníbales y humanos más escrupulosos. Y Keanu Reeves es un cruce de Pablo Escobar y el reverendo Jim Jones de la tragedia de Guyana, un procreador de la tribu, rodeado de guerreras embarazadas y con pistolón.

La textura de su película quiere ser la de un cruce del Mad Max posfeminista, spaghetti y toques de gore donde la carne humana se cotiza menos que la de conejo. Me temo que a Amirpour se le va casi toda la fuerza en la búsqueda formal, en hacerse un huequito de estilo entre Leone, Tarantino, Harmony Korine y Terry Gilliam. Pero tanto bufido nunca termina de arrancar. Estás deseando que tal pompa se plasme en algo sólido, pero en este desierto (donde hay hasta cameo de un Jim Carrey destartalado) los caníbales tienen menos que llevarse a la caldera que quien busque cine proteico, agitador más allá de la banalidad. Paso mucha hambre con The Bad Batch.

El vacío me lo sacia sobradamente el francés Stephane Brizé con su soberbia y, esta vez sí, modernísima y revivificadora adaptación de Une Vie, relato primerizo de Guy de Maupassant. Encuentro en esta historia sobre una mujer y su crecimiento, la entrada en las sendas del dolor, la pasión, la deslealtad ajena, la enajenación mental, el sacrificio, la esperanza de que la vida no es solo buena, pero tampoco siempre desoladora, una soberbia manera de aggiornar un relato decimonónico, con una fuerza como no recuerdo desde las Cumbres borrascosas de Andrea Arnold. Es cine seco cuando tiene que serlo. Y torrencial de manera soterrada. Me emociona su lección de cine y de conocimiento de la naturaleza humana y sus dientes de sierra. Muy necio debería de ser el jurado presidido por Sam Mendes si Une Vie no sale de Venecia con premio grande.