Andrés Fernández Albalat: «Me llevó un taxista que fue arquitecto; es penoso y además caro para el país»

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

CESAR QUIAN

Dice que en el feísmo, los arquitectos solo tienen un tercio de la culpa, las otras dos son de promotores y ayuntamientos

21 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Le han sugerido que escriba sus memorias. Por ahora no lo hará. No quiere entrar en un ciclo que describe con sorna: «Empiezas por las memorias, después viene la dedicación de la calle y luego el epitafio». En el primer Premio Galego de Arquitectura que acaba de fallar la Xunta, Andrés Fernández Albalat (A Coruña, 1924) ha sido distinguido por su «meritoria» trayectoria profesional.

«Póngase a ese lado, que así verá el mapa de Galicia [el de Fontán]; bueno, es una copia», invita en su estudio de la Ciudad Vieja coruñesa. Alude a sus 92 años: «He notado ciertas goteras» y por eso «lo que le pido a Dios es que me mantenga la cabeza clara, que es fundamental».

-Premio a una trayectoria profesional ¿de cuántos años?

-Empecé en 1956, son... 60 años. Sí, porque el año que acabé la carrera me casé y acabo de cumplir los 60 años de matrimonio.

-¿Cuál fue su primera obra?

-Lo primero fue una pequeña clínica dental en un garaje, una cosa sin importancia. Pero la primera obra fue una vivienda rural, unifamiliar, entre el Seixal y San Pedro de Nós (Oleiros), para José María Araújo. La publicó la Revista Nacional de Arquitectura como la Casa Araújo.

-¿Lo hizo con un estudio o como arquitecto independiente?

-Siempre actué como arquitecto independiente, aunque creo mucho en el equipo, no solo de varios arquitectos sino más polivalente. Me parece que era Eugenio D’Ors el que decía que el arquitecto tenía que ser un especialista en ideas generales, que parece una contradicción pero no lo es, es una cosa muy global.

-¿Cuál fue su obra más difícil?

-Algunas cimentaciones en A Coruña, donde todavía no había el procedimiento del pilotaje. Empecé a utilizar vigas invertidas, una T invertida y viga corrida. Con esas vigas invertidas se llegaba a un cierto borde y ahí arrancaba la estructura del edificio. Eran preocupaciones de tipo técnico. Hay otras que son preocupaciones de acción, que son más difíciles hasta que se da con una solución; suelen ser en obras oficiales, obras públicas que tengan cierta complicación.

-¿Sigue trabajando?

-Pues no. Tengo entre manos dos cosas menores con Andrés, mi hijo, que es arquitecto, pero es que no hay trabajo.

-¿Qué le parece la reconversión de muchos arquitectos?

-Mire, hay alguna cosa que a mí hasta me da vergüenza decirla. Hay muchos arquitectos que se han hecho profesores de dibujo de chicos de 15 años, es una cosa digna y ahí está. Yo, que ando mucho en taxi, me encontré a un taxista que hacía siete años era arquitecto. Me lo dijo él, que me recordaba de la Escuela de Arquitectura, donde estuve de catedrático. Esta es una cosa para no decirla, porque es penoso y además es caro para el país hacer un arquitecto, o hacer a un ingeniero, y ponerlo a enseñar a dibujar a niños de 13 años.

-Al mismo tiempo sigue habiendo arquitectos estrella...

-Arquitectos estrella los hay muy buenos, buenísimos. Y hay algún otro arquitecto estrella que no es tan bueno pero es muy, muy estrella. Y es porque se valora lo raro y lo estrambótico. Eso se suele dar en la obra pública. En general, los políticos quieren dejar huella de su paso por la política a través de una obra de arquitectura, un icono. Ahí es donde el arquitecto estrambótico tiene su campo. En España el nivel es bueno y en Galicia tenemos arquitectos muy buenos.

-¿Será porque han tenido buenos profesores, por la Escuela...?

-El hecho de tener un sistema de enseñanza adecuado es importante. En España, en las escuelas que había, ya no sé las que hay ahora, se enseñaba mucho el diseño y se enseñaba mucho la tecnología, es decir, la construcción, las estructuras. Hay escuelas de arquitectura en el extranjero donde diseñan y tienen que llamar a un señor para que les haga los trabajos.

-Con tan buenos arquitectos, ¿por qué se cae en el feísmo?

-Tiene toda la razón, pero los mejores arquitectos a lo mejor no son los que más trabajan. Punto uno. Después siempre digo, es muy elemental esto, que cada vez que se hace una obra hay tres responsables: el primero es el propietario, el promotor; después tenemos al arquitecto y luego el ayuntamiento que la consiente. Entonces los arquitectos llevamos la tercera parte de la culpa. Y después hay arquitectos no tan buenos que hacen lo primero que les piden.

-¿Es difícil solucionar eso?

-No, eso es la vida. Ahora somos muchos arquitectos en Galicia y hay la teoría de cuantos más mejor, así hay más competencia. ¡No! Así hay más incompetencia. Lo del feísmo es una palabra que se inventó por la arquitectura rural que quedaba a medio hacer: un señor encargaba una casa, la empezaba a hacer y no tenía dinero para acabarla pero empezaba a usarla sin rematarla. Eso ha dado lugar a una serie de cosas feas que se siguen haciendo.

-Usted siempre ha estado vinculado al mundo de la cultura...

-Eso no tiene más mérito que los años: soy de la Real Academia Galega; de la Academia de Bellas Artes; del Colegio Libre de Eméritos de Madrid, que es una entidad a la que doy mucha importancia; del colegio de Doctores de Madrid; del Instituto Cornide... Eso es que tengo buenos amigos que me proponen, me presto a ello y que tengo años... No tiene más. Es cierto que el mundo de la cultura me interesa porque es importante para la arquitectura. Los arquitectos debíamos tener todos una cultura muy transversal, por muchos motivos: para entender al cliente, para saber lo que necesita...

-¿No hay esa cultura transversal?

-Cuando teníamos aquel ingreso terrible, disparatado, con los dibujos de estatua, que de 300 aprobaban 6, 8 o 12, había muchos arquitectos que después seguían dibujando o pintando. Y hay grandes pintores que han desertado de la arquitectura por eso. Labra, por ejemplo, que fue un gran pintor, empezó el ingreso en arquitectura y no siguió. Eduardo Chillida también lo dejó, en su caso por las matemáticas: entonces exigían, después del bachillerato de siete años y reválida, dos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas.

«En algunas obras hacen lo que yo llamo gastos de afeamiento»

«El dibujo a mano alzada se está reivindicando cada vez más y el ordenador es como si se pasaran a limpio las ideas», dice Albalat. Interviene su hija en la conversación para apuntar: «Es muy buen dibujante». Así cuenta el arquitecto: «Hacía mucha acuarela y el penúltimo curso de carrera me presenté a un concurso que había en Madrid. Total, me fui a Roma un verano como pintor [risas]. Soy un poco zascandil que he hecho de todo...».

-¿Como qué?

-Hice dos años de violín, un poco de piano y luego dirigí coros. Uno era de Acción Católica, se llamaba Coro del Apóstol Santiago. Y otro con voces femeninas, que era la polifónica de San Miguel Arcángel y dábamos conciertos por radio... Pero esto casi me da vergüenza decirlo.

-Es su vida, ¿no?

-Sí, mi discurso de ingreso en la Academia de Doctores de Madrid fue Música y arquitectura. Hay una gran relación por el sistema de proporciones. Igual que la arquitectura con la literatura. Hay un lenguaje de arquitectura, igual que hay palabras eficaces, palabras exuberantes, palabras sobrantes; usted ve una obra de arquitectura y ve zonas sobrantes, zonas con una mala sintaxis arquitectónica. Cada material tiene una expresión plástica y cuando se utiliza mal es como un error de ortografía. Es más, cuando al arquitecto le dejan hacer lo que quiere, analizado desde este punto de vista, una obra suya es casi un autorretrato. Había una casa en Coruña, bien hecha, muy discreta, muy correcta, como era el arquitecto. Yo cuando pasaba por delante decía: «Hola, Fulano».

-¿Se puede saber quién era?

-No me gusta citar nombres, me olvido de cosas muy buenas...

-¿Cual es la obra suya en la que ha hecho el autorretrato?

-¡Yo que sé! O todas o ninguna... Posiblemente el estadio de San Lázaro, que es pequeño, para 10.000 personas sentadas. Eso funcionó. No sé cómo estará ahora. La obra uno la hace y la deja. Porque en arquitectura, por ejemplo, usted ve un convento de monjas, una capilla sencilla, con paredes encaladas, con flores, que tiene un encanto. Vuelve a los dos años y se encuentra granito en el suelo, mármol en las paredes.... ¡Un horror! ¿Qué pasó? Que han tenido una herencia. Yo los llamo gastos de afeamiento, que los hay. Hay conservación por defecto y por exceso: en una vivienda ponen una alfombra para proteger el suelo, y luego un trapito encima... Lo recargan todo y una obra que era muy clara se convierte en una cosa muy cursi. Son gastos de afeamiento por exceso, que también los hay.