Apariencia y verdad

José Ramón Amor Pan
José Ramón Amor Pan PROFESOR DE BIOÉTICA

CULTURA

08 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No corren buenos tiempos para la filosofía española. No lo digo solo porque ha muerto Gustavo Bueno, a quien José Ferrater Mora ya incluía en la edición de 1979 de su Diccionario de Filosofía como uno de los autores importantes de nuestra historia. Lo digo, también, porque la reforma nefasta educativa del señor Wert se ha cargado la presencia de esta materia en nuestro sistema educativo, con todo lo que eso va a suponer; y, sobre todo, lo digo porque hoy en día cualquiera se cree un filósofo.

El profesor Bueno fue un pensador pegado a la realidad, que lo mismo hablaba del cierre categorial que de la telebasura, del fútbol o de los políticos de nuestros días. En todo ello se manifiesta lo que él llama symploké o trama. Su tratamiento fue racionalista, complejo y nunca simplista. No tenía pelos en la lengua y tampoco fue un hombre partidista; seguramente por eso fue acosado tanto por la izquierda como por la derecha. Él mismo dijo en el acto de entrega del título de Hijo Predilecto de Santo Domingo de la Calzada: «Mi nombre suena en forma de controversia, y mientras algunos me presentan como el más profundo pensador del siglo otros me llaman simplemente energúmeno».

¿Habrá sufrido una envidia atroz?, le preguntaron en una de sus últimas entrevistas. «Yo, más que envidia, he visto imbecilidad. Y la sigo viendo», fue su respuesta. Todo un tratado. Fue un hombre coherente, íntegro y fiel hasta el final. Que no pudo -o no quiso- superar el fallecimiento de Carmen, con la que se había casado en 1953 y a la que se encontraba muy unido, como tiene que ser un matrimonio que merezca tal nombre.

A Bueno se le ha definido de muchas maneras: ateo católico, marxista heterodoxo, tomista, nacionalista español, etcétera. Ninguna etiqueta sirve para definirlo. A los tres adjetivos que utilicé antes agrego ahora el de incansable trabajador. Le preocupaba tanto el escepticismo agnóstico de los consumidores satisfechos como el fanatismo de los desesperados o de los faltos de juicio, y por esa razón consideraba que solo la reflexión hecha con rigor podía salvar al ser humano de sí mismo. Contrario al animalismo, tampoco veía con buenos ojos la ideología de género, lo que motivó no pocas veces que se le tildase de conservador. En resumidas cuentas, como los buenos filósofos de todos los tiempos, hay que leerlo y estudiarlo con detenimiento. Afortunadamente, deja escuela.