Una vuelta al mundo singular de un Cela tan literario como humano

Pacho Rodríguez MADRID

CULTURA

BENITO ORDOÑEZ

El rey y Feijoo inauguran la muestra dedicada al escritor en la Biblioteca Nacional

05 jul 2016 . Actualizado a las 06:52 h.

Es dar la vuelta a Cela alrededor del mundo, sí, aunque, al final, lo que quedará es el mundo por el que pasó Cela. Lo primero es antes, y es el mundo. Porque aunque Camilo José Cela escribiera Mazurca para dos muertos, La familia de Pascual Duarte, La colmena o la ultimísima Madera de boj, todas son novelas de lectura conmocionante. Lo que quedará será, por tanto, lo prosaico de la vida de todos y su lectura. Que es, en parte, ayer, en la siempre flamante Biblioteca Nacional, la inauguración de CJC 2016 El centenario de un nobel. Un libro y toda la soledad, una exposición que se presentó y en la que el rey Felipe VI saludó al hijo del escritor, Camilo José Cela Conde, y a su viuda, Marina Castaño, pero por separado.

Por eso Cela es dar la vuelta al mundo aunque sea su mundo y sus caprichos, en los que Galicia es un recuerdo, Mallorca un refugio y Madrid un mal necesario. Esa es la interpretación del escepticismo del autor de Viaje a la Alcarria. La cuestión es que se está ante uno de los autores más importantes en lengua hispana y la exposición, organizada por Acción Cultural Española y la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela, trata de retratarlo en toda su complejidad. 

Todo sobre Cela

Y lo que se va a ver en la Biblioteca Nacional es un todo sobre el Cela español, censor y censurado, de cabo a rabo, de lo que coleccionó y de lo que se le galardonó a tiempo. Al final, la cuadratura la consigue el propio autor genial cuando denuncia la censura sin hablar de la que él practicó. Pero se puede ver un periplo en el que fue protagonista singular de una España que tenía todos los argumentos personalistas en los que Cela se movía como pez en el agua. Con Hermida, el rey Juan Carlos, el papa, y todo lo que se ponga por delante que él arrolla con naturaleza.

Y lo que se verá en los próximos días también es toda un exposición en vida del autor que recorrió la vida triste para llegar a las alfombras del glamur. Por eso se pueden hasta observar los trajes de doctorado o los recuerdos de las botellas que hacía firmar a sus amigos, como Picasso, Hemingway, Tzara, Aleixandre, Delibes, Dos Passos, Henry Miller, Gerardo Diego o Pla. Tampoco falta una muestra de su colección de esquelas, que llegó a sumar 3.500 ejemplares, así como los relojes, artefactos a los que el escritor era muy aficionado. De forma simbólica, abren y cierran la muestra, reflejo también del paso del tiempo y de una frase de Pío Baroja, tan admirado por Cela, que figuraba en el reloj del escritor vasco y que el gallego evocó en su discurso de recepción del Nobel: «Todas las horas hieren, la última mata».

Otras curiosidades que sorprenderán a los visitantes de la exposición son los pasajes de las primera películas en las que intervino, desde su debut como actor en 1948 en El sótano (Jaime de Mayora), a Facultad de Letras (Pío Ballesteros) y Manicomio (Fernando Fernán Gómez), así como los cuadros que Cela pintó y expuso en Madrid y A Coruña, y de los que su amigo César González-Ruano dijo que era «más pintor escribiendo que pintando». 

El escritor en su colmena

La suma de estas facetas arroja un Cela tan poliédrico como la colmena humana que él retrató en el Madrid de mediados del siglo pasado. Por ello, «la exposición quiere ser un recorrido veraz y atractivo por todos los perfiles del escritor», aseguró el comisario de la muestra, Adolfo Sotelo Vázquez, en presencia del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo. Podrá verse en otoño en la Ciudad de la Cultura.

Daba la sensación de que viendo lo que se va a ver en la Biblioteca Nacional, a ese Cela con hijos y sin hijos, con Marina Castaño y sin ella, con su hijo Camilo José Cela Conde y sin él, era un Cela total lleno de tantas sombras como luces, con la sensación de que no hace falta saber demasiado para descubrir a un genio de las letras, que es lo que al final fue el autor de ese La colmena, que al final también era él mismo.