Rafael Cadenas: «Mi posición se sabe: no soy enemigo de nadie y se puede criticar sin odio»

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

MARCOS MÍGUEZ

El poeta, que revisa textos que no había publicado, está preocupado porque «Venezuela está enferma, muy grave»

10 nov 2022 . Actualizado a las 18:50 h.

Labra lentamente las palabras. Pierde la mirada, como si buscara en el aire la melodía de cada frase. Guarda largos silencios antes de hablar. Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) quiere conversar sin grabadora de por medio: «Esto introduce un elemento que no es natural», dice señalando el teléfono. Confiesa que le inhiben «esos cacharros». Poeta, ensayista y traductor, sigue escribiendo a mano: «Luego en casa me ayudan, me lo pasan a la computadora. ¿Cómo le dicen ustedes?... Al ordenador, que muchas veces es desordenador». A Cadenas le duele su país: «Venezuela está enferma, muy grave». Va describiendo una situación conocida. «Yo hablo, como un ciudadano, de lo que veo». El paisaje que pinta evoca aquel poema suyo, Derrota, escrito hace más de medio siglo y convertido en referente en la literatura latinoamericana: «Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil / que perdí los mejores títulos para la vida / que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) / que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos /que me arrimo a las paredes para no caer del todo...». No reniega del poema, que ya es como una marca que lleva grabada, pero matiza que lo escribió como un desahogo personal y admite: «Detesto a los héroes porque les salen muy caros a los países». Ahora está revisando textos escritos durante su vida y no publicados con vistas a un nuevo libro.

-¿Había estado en Galicia?

-De paso. Hace años. Con mi esposa fuimos a visitar Santiago de Compostela. Alquilamos un carro y viajamos por bastantes lugares de España: Asturias, Sevilla, Córdoba...

-¿Buscando a Machado?

-Estuvimos en el lugar donde Machado se sentaba frente al Duero, un rincón que está un poco oculto. Como he dicho en las presentaciones (en Santiago, en Vigo y ayer en A Coruña), yo leí mucho, o he leído porque sigo siendo adicto a estos escritores del 98: Machado, Jiménez, Unamuno, Azorín y luego a la generación del 27. También he leído bastante a Pedro Salinas...

-¿Le han influido estos autores?

-Sí, cómo no. Hay influencia de ellos, sobre todo en la prosa. Machado, por ejemplo; su gran aporte a la literatura es su prosa, sin que esto vaya en desmedro de su gran poesía, por supuesto. De esa generación al único que conocí fue a Rafael Alberti, porque estuvo varias veces en Venezuela. Después han ido otros poetas de generaciones posteriores como Ángel González, Luis García Montero...

-¿Había algún encuentro?

-Durante doce años se efectuaba la semana de la poesía y se invitaba a poetas de todo el mundo.

-¿Como han ido estos diálogos poéticos en Galicia?

-Se conversa. Y al mismo tiempo yo leo poemas, casi siempre de los dos últimos libros, Sobre abierto y En torno a Basho y otros asuntos, ambos publicados por la editorial Pre-Textos.

-¿Escribe haikus?

-Basho es el hombre de los haikus, pero yo no escribo haikus. Son poemas también de tres versos, se parecen un poco pero no los llamo haikus. Antes de estos dos títulos, Pre-Textos publicó mi obra entera y después un pequeño libro que creo que gustó mucho, que se llama Habla Walt Whitman, una traducción que yo hice de las conversaciones de Whitman con un amigo. En aquel tiempo no había grabador y el amigo lo que hacía era conversar con él y en la noche recordaba lo que habían hablado. Hice una selección de esas conversaciones, que son muy importantes porque se siente incluso el ritmo de la conversación de Whitman.

-¿Hay ritmo en la conversación, no solo en la poesía?

-Claro. Cada quien tiene su ritmo y la conversación es muy importante. De ella surgen muchas cosas. Se conversa poco y el aparato [risas], el teléfono, interrumpe mucho la conversación.

-¿Escribe a mano?

-Con bolígrafo, en libretas, y a veces en papeles sueltos que se pierden. Tengo muchísimas libretas y papelitos...

-¿Sigue viviendo en Venezuela?

-Sí.

-¿Le preocupa la situación?

-¡Claro! Es una situación muy, muy grave. Hay una escasez de alimentos y algo más serio, que es la falta de medicinas.

-¿Y ve alguna salida?

-La única salida es el diálogo y el Gobierno rehúsa conversar. Estos 17 años han sido de un monólogo del Gobierno. Y cuando la oposición propone dialogar la respuesta es que ellos no hablan con la derecha, con fascistas, con apátridas. Pero es un uso irresponsable del lenguaje. La gente a quienes le aplican esos calificativos insultantes son personas probadamente democráticas.

-¿Se manipula el lenguaje?

-Sobre todo... ¿Cómo le diría? Falsean la realidad mediante el lenguaje. Y las palabras pierden su contenido. Por ejemplo, el Gobierno dice: «Al fin somos un país independiente». Y es todo lo contrario, es el período en el que Venezuela ha sido más dependiente. Hablan de democracia y el régimen es la negación de ella. Se refieren a la justicia y no hay tal. Yo hablo como ciudadano, no tengo militancia en ningún partido. Hablo de lo que veo. Tengo una posición que toda la gente conoce, pero no soy enemigo de nadie. Creo que se puede criticar sin odio. El país está en el suelo. Realmente lo que el régimen busca es implantar un totalitarismo, con asesoría cubana.

-¿Hay alguien que pueda salvar esta situación?

-Cuando se habla de salvadores siempre cito a un escritor ruso del siglo XIX, Aleksandr Herzen, que dice: «Ellos no son los médicos, son la enfermedad». Venezuela es un país enfermo y la única medicina posible sería volver a la convivencia entre oposición y Gobierno. Es esto tan sencillo que se llama sentido común, y que se ha perdido.