Debussy, Falla y Ginastera, esencias de la música de España y ecos de la Pampa

Antón de Santiago

CULTURA

23 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Esencias de la música de España con ecos de fusiones en tierras pampeanas. Es lo que proponía el director bilbaíno Juanjo Mena para el 20.ª sesión de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG): Iberia de Debussy, Concierto para arpa de Ginastera y El sombrero de tres picos de Falla.

Claude Debussy (1962-1918) fue según Pierre Boulez el verdadero artífice de la evolución musical del siglo XX. Consideraba que la música ha de ser «apasionada y libre como el viento, el cielo y el mar en pos de la belleza del sonido». Su heterodoxia armónica, el uso del color y del ritmo, le daban el «efecto de realidad». Su imaginación lo llevó a intuir una España, que no pisó, llena de paisajes, perfumes nocturnos y alboradas alegres para día de fiesta, tamizados por cendales de bruma. Iberia, en tres partes, se integraría en otro tríptico (Images) y es quintaesencia de la España musical en Francia tan solo percibida. Su aparente levedad pide acendrada interpretación que OSG, solistas y Mena ofrecieron con total suficiencia.

El Concierto para arpa del bonaerense Alberto Ginastera (1916-1983), lo estrenó en 1956 Nicanor Zabaleta con la Orquesta de Filadelfia bajo la batuta de Eugene Ormandy. Ginastera, como nacionalista objetivo, al igual que Falla, combina citas de la música popular argentina con elementos de la vanguardia, que con el arpa, exigida en sus posibilidades sonoras, amalgama toda su fuerza telúrica. La francesa Marie-Pierre Langlamet, hizo una interpretación sensible e intensa, virtuosa en los solos y precisa en el diálogo final con la sección de percusión. Todos magníficos.

Y llegó Manuel de Falla (1876-1946) con su ballet El sombrero de tres picos, en versión completa, auténtica obra de arte gracias a la invitación y exigencias del ínclito Serguéi Diáguilev para su estreno en Londres, con diseños de Picasso. Asombra pensar que de tal figura enjuta e hipocondríaca surgiera partitura tan enérgica y temperamental (música dionisíaca que Nietzsche intuía al sur de los Pirineos), genial en la mezcla de ritmos e instrumentación y en los enardecedores tempos. Mena y la OSG (y los percusionistas) ofrecieron una ejecución arrebatadora.