«El espionaje solo funciona si piensas con la lógica del enemigo»

Enrique Clemente Navarro
enrique clemente MADRID / LA VOZ

CULTURA

BENITO ORDÓÑEZ

El historiador Max Hastings firma una monumental obra sobre los servicios secretos durante la Segunda Guerra Mundial

13 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue corresponsal de varios periódicos y de la BBC en más de 60 países, dirigió el Daily Telegraph y el Evening Standard y se ha convertido en uno de los especialistas más reputados y leídos de la Segunda Guerra Mundial, con libros como Armagedón. La derrota de Alemania; Némesis. La derrota del Japón; La guerra de Churchill o Se desataron todos los infiernos. Max Hastings (Londres, 1945) publica La guerra secreta. Espías, códigos y guerrilla 1939-1945 (Crítica).

-¿Qué papel jugaron los servicios de inteligencia en la Segunda Guerra Mundial? ¿Fueron decisivos?

-La inteligencia fue importante, pero no decisiva. No hay que olvidar que lo que importa es ganar las batallas en tierra, mar y aire. A veces los servicios secretos alertaban de dónde iban a atacar los enemigos, pero los ejércitos eran demasiado débiles para ganar las batallas. Fue muy importante en la lucha contra los submarinos alemanes y para que los estadounidenses derrotaran a los japoneses en Midway. Descifrar los códigos de los japoneses para saber que iban a atacar en Midway fue el logro más decisivo porque la victoria americana rompió el equilibro en la guerra en el Pacífico. Pero los aliados ganaron la guerra no por sus servicios de inteligencia, sino porque eran más fuertes. Nunca se puede atribuir la victoria en la guerra a una sola causa. En todo caso, los espías fueron mucho menos importantes que los descifradores.

-Destaca la red de espías soviéticos.

-Los soviéticos tenían una red de espías brillante, muy superior a la americana y la británica, sobre todo en Alemania, pero Stalin no creía nada de lo que decían, así que todos esos valientes agentes fueron un desperdicio.

-Le habían advertido de la invasión nazi, pero no hizo caso.

-Es increíble, pero así fue. Pero no fue el único. Roosevelt y sus comandantes debían de haber visto también que los japoneses iban a atacar Pearl Harbour, las evidencias estaban ahí, pero no se lo podían creer. Siempre pasa lo mismo, tendemos a utilizar nuestra propia lógica a la hora de prever cómo se comportará el otro bando, pero el espionaje solo puede funcionar si piensas con la mente del enemigo.

-Hitler se negaba a recibir malas noticias de su inteligencia.

-Las buenas noticias para el Eje recibían un trato prioritario, las malas se descartaban sin contemplaciones. El mariscal Keitel llegó a prohibir que se remitieran informes de inteligencia que pudieran disgustar a Hitler. El motivo por el que los británicos eran mejores en la inteligencia es porque Churchill permitía el libre pensamiento y empleaba a académicos brillantes. En las dictaduras no permitían a los oficiales que pensaran por su cuenta.

-Afirma que leyendo los informes soviéticos de la época y las memorias de los espías y de estudiar las tramas urdidas se dio cuenta del asombroso parecido que tenían con las novelas de James Bond de Ian Fleming, en especial «Desde Rusia con amor».

-Me sorprendió mucho porque siempre nos dicen que sus libros no tienen ninguna relación con la realidad. Vi que el lenguaje, el carácter despiadado de los agentes o las tramas eran muy similares. En sus memorias, el agente Sudóplatov cuenta cómo en 1941, cuando los alemanes invadieron la URSS, tuvo que convencer a Beria de que liberara a los oficiales que habían sido recluidos en el Gulag. Y como si fuera lo más normal relata que algunos de los mejores habían sido fusilados. En realidad era un mundo de locos, en el que una simple palabra podía enviarte al Gulag o a la muerte.

-¿Se ha encontrado con algún espía parecido a James Bond?

-No. Básicamente porque el James Bond de Fleming era un gentleman británico y ningún espía de éxito lo es. Todos los espías que tienen éxito suelen ser gente oscura de la que no se sabe mucho.

-Fleming fue espía, pero hubo otros escritores como Graham Greene que también lo fueron.

-A los servicios secretos británicos les enfurecía que los únicos espías famosos fueran los traidores o los escritores, como Kim Philby o Graham Greene. Este nunca debió trabajar para la inteligencia. Era una especie de anarquista que creía que los dos bandos de la guerra fría eran moralmente indistinguibles y estaba contra la autoridad, por lo que si Gran Bretaña y EE.UU. decían que odiáramos a la URSS él se hacía su amigo.

-¿Qué le parece John Le Carré?

-Ha escrito mucho mejor que nadie sobre el mundo del espionaje. El espía que surgió del frio es probablemente el mejor libro sobre espionaje. Lo que le hace tan brillante es que comprende la ambivalencia de este mundo. Recientemente hemos descubierto a un Le Carré desconocido, el que cuando era estudiante en Oxford informaba de sus compañeros al MI5. Los espías tienen unas ideas muy confusas sobre la lealtad.

-¿Para usted, Edward Snowden es un traidor o un héroe?

-Creo que ha hecho mucho daño a la seguridad occidental. Tengo amigos americanos que lo consideran un héroe, pero yo creo lo que me dicen los servicios de inteligencia, que desde sus revelaciones los terroristas están utilizando técnicas de encriptamiento más sofisticadas. Tenemos que aceptar que la libertad no es un valor absoluto. La pregunta que formulo es: ¿si no nos apoyamos en la vigilancia electrónica por parte del Gobierno, cómo vamos a detectar a los terroristas?

-Los atentados de París y, sobre todo de Bruselas, muestran las deficiencias de la inteligencia.

-Desafortunadamente la inteligencia sigue siendo muy imperfecta, la coordinación en Europa sigue fallando. Los británicos fueron los mejores en inteligencia entre 1939 y 1945 porque reclutaron a las personas más inteligentes. Necesitamos gente mucho más inteligente, del máximo nivel, si queremos ganar este conflicto con el terrorismo, que será muy largo.

«Nunca ha existido un lugar con tanta gente inteligente como Bletchley Park»

¿Por qué los británicos y los estadounidenses no hicieron nada para detener el Holocausto? Aún hoy, más de setenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores tratan de dar una respuesta. Hastings explica que ni Gran Bretaña ni Estados Unidos dieron instrucciones a sus servicios de inteligencia para que recabaran información. Pero tiene una explicación.

-A nosotros nos parece increíble, pero algo fundamental para un historiador es ver las cosas como se veían durante la guerra y no cómo se ven ahora. Para Churchill y los que le rodeaban la persecución de los judíos era parte de la que los nazis llevaban a cabo contra mucha gente, en especial los soviéticos o los polacos. Los alemanes dejaron morir de hambre a tres millones de presos soviéticos, por ejemplo. Hoy vemos el Holocausto como un acontecimiento único, pero entonces no era así. Tengo mis dudas de que el bombardeo de Auschwitz hubiera servido para algo. Los bombardeos aliados eran muy poco precisos y podrían haber matado a toda esa gente, aunque hoy sabemos que iban a morir de todos modos. Churchill pensaba que la mejor forma de acabar con la persecución nazi, en general, era ganar la guerra cuanto antes. Dicho esto, y al margen, sí es cierto que en los gobiernos y las sociedades occidentales había un elemento importante de antisemitismo.

-Retrata Bletchley Park, la instalación militar donde se descifraban los códigos alemanes de Enigma, como un lugar fascinante.

-Los descifradores de Bletchley Park fueron más importantes que cualquier espía en el bando aliado. Resulta extraordinario cómo fue reclutada toda esa gente tan rara, matemáticos, con el pelo largo, que no tenían ningún interés en la guerra, sino que eran simplemente espíritus libres a los que Churchill permitió trabajar juntos. En las películas se concentran en un solo hombre, que es Alan Turing, que era muy brillante, pero a su lado estaban otros que eran increíbles. Por ejemplo, un matemático de 24 años llamado Bill Tutte merece un crédito similar al de Turing. No creo que haya existido nunca en la historia una institución en que se juntara tanta gente inteligente. Los que trabajaban allí no eran como los héroes de guerra en el campo de batalla, a los que ascendían y daban medallas y perseguían todas las chicas, sino jóvenes académicos con gafas a los que daban una comida terrible, pasaban frío, vivían en pisos miserables, no tenían notoriedad y tras la guerra apenas se los reconoció. Pero eran mucho más importantes e interesantes.