Spike Lee incendia Chicago con su musical político y loco «Chi-Raq»

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

RALF HIRSCHBERGER | EFE

Jude Law y Nicole Kidman, en «Genius», picoteo por la «Generación perdida»

17 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Comienza Spike Lee su soflama política de Chi-Raq con un dato abrumador. Entre las dos guerras norteamericanas de este siglo, Afganistán e Iraq, no llegaron a 7.000 los muertos en combate norteamericanos. En ese tiempo, en las calles de fuego de Chicago han caído violentamente 7.536 personas. Sobre esa premisa, Lee, quien vuelve a sus orígenes del cine político de agitación, construye una propuesta desaforada pero muy defendible, una traslación afroamericana de Lisístrata, con la huelga de sexo de las mujeres, acaudillada por una eternamente radiante Angela Bassett, mientras no se enfunden las armas en la ciudad-bala de Illinois, donde se maneja el fierro con la misma profusión que en el Medellín de los sicarios de Fernando Vallejo.

Chi-Raq, entre el rap y las cheer-leaders con cinturón de castidad , es una representación para tiempos en los que hay que luchar por lo evidente. Como un cruce feliz de Bertolt Brecht y la agitación afroamericana más kitsch, que a algún exquisito parecerá panfletaria pero que es hoy epicentro del debate político en Norteamérica.

Spike Lee y sus muchachos (Samuel L. Jackson, Jennifer Hudson, un ciclópeo Wesley Snipes y, el blanco invitado, un gran John Cusack) hacen amigos entre la Asociación del Rifle y salen en respaldo de la abolición de la cultura de las armas que quiere estar en el legado de Obama.

«Soy Nero»

En una jornada de Berlinale que parecía justamente dedicada a respaldar al pato cojo de la Casa Blanca, Rafi Pitts mete en harina en Soy Nero la fritura favorita de Donald Trump: los inmigrantes ilegales que cruzan la frontera de México. Más violencia estructural, mensaje político mesurado y la huida a través del desierto de su agonista, no se sabe si escapando de los coyotes, la bofia o de un Trump tristemente on fire.

Genius, debut del dramaturgo Michael Grandage, se adentra en las tormentosas relaciones de la joya esquinada de la Generación perdida, Thomas Wolfe, encarnado por un Jude Law histriónico, como presa del ácido, y su editor, Max Perkins, a quien interpreta Colin Firth.

Todo posee un aire insoportable de digest pseudoliterario para no iniciados. Hay picoteos, aperitivos en forma de cameo de Scott y Zelda Fitgerald (encarnados por Guy Pearce y Vanessa Kirby) o un Hemingway autoparódico (Dominic West). También vemos a Nicole Kidman, aunque parece transparente. Es como si Woody Allen se hubiera tomado en serio aquel sueño humorístico de Midnight in París. Y, oigan, menuda pesadilla la de Genius y su engolada tropa.