De «Heroes» a «Lazarus», siempre conmoviendo

CULTURA

12 ene 2016 . Actualizado a las 17:36 h.

Era 1988. Sábado por la tarde. Rockopop. Cinta VHS preparada para grabar. Reportaje de Tin Machine, el nuevo grupo de David Bowie. «Un grande del rock». Gesto contrariado. REC, no vaya a ser. ¿Bowie? Pelo oxigenado, música discotequera y Dentro del laberinto. ¡Agh! No me atraía lo más mínimo. Empieza. Desgranan la aventura. Entremedias, un vídeo: Heroes. Luz de humo. Tez mortecina. Soul gótico. Feeling roto.

¿Cómo se puede cantar así? ¿De dónde ha salido este sonido irreal? Aquel videoclip abría la puerta a uno de los universos más fascinantes del planeta rock. Revelación preadolescente que te enseña otro tipo de belleza. Las líneas torcidas. Las voces con picos que arañan. Las guitarras que desdibujan su trazo hasta convertirse en vaho. La imperfección convertida en delirio. El mundo podía seguir bailando a Rick Astley, emocionándose con Whitney Houston o jaleando a Hombres G. Ellos se lo perdían.

En aquel salón se había producido una convulsión juvenil. Repitiendo de manera obsesiva el videoclip. Intentando descifrar aquel sonido, aquella estética magnética, aquella lírica perturbadora. Tin Machine, los protagonistas, estaban muy bien. Pero lo de Heroes se encontraba en otro nivel. Pegaba en el pecho. Se clavaba como hielo. Una vez dentro, te elevaba. Mareo. Nada había sonado antes parecido. Y nadie le decía tan desesperadamente al marginado que, sí, un día podía ser un héroe, como Romeo y Julieta.

Ayer muchas de esas sensaciones retornaron con otra canción: Lazarus. Se trata del segundo sencillo de Blackstar. El disco fue diseccionado por la crítica la semana pasada. Habría que quemar todos esos papeles. Borrar todas las urls. ¡No sirven para nada! Con la muerte de Bowie todo adquirió una nueva dimensión. Nadie la había advertido. Algunos pensamos que hablaba del suicidio («Mira aquí hombre, estoy en peligro / No tengo nada más que perder /Estoy tan alto, esto hace mi cerebro girar / Dejé caer mi teléfono /¿No es él igual que yo?»). Pero no, estaba cantándole a una defunción que ya tenía fecha desde hacía 18 meses.

La música posee esa misma gelidez cortante de Heroes. Arranca como los Joy Division de Closer. Se mece con guitarrazos tormentosos. Y se canta con estremecedora serenidad. El vídeo, dirigido por Johan Renck, lo contenía todo. Lo vemos ahora, claro. El artista muestra las grietas de su vejez mientras canta: «Mira aquí, estoy en el cielo». Y termina retorciéndose dentro de las espirales que dibuja el saxofonista Donny McCaslin hasta desaparecer. Una metáfora demasiado real para creerla hasta que no hay más remedio.

Se ha ido Bowie. Y, en mi caso, del mismo modo que llegó: aturdiendo, dejándome con la misma sensación de ¿Buff, qué ha pasado aquí? Escuchar Blackstar ahora supone arriesgarse a perder momentáneamente el equilibrio. Él quería que así fuera. Último brochazo de genialidad. Gracias, maestro.