Reeditan «Mazurca para dos muertos», la obra que Cela dedicó a la Galicia rural

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

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Publicada originalmente en 1983, Ediciones del Viento reivindica su radical modernidad

15 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A unos meses de que, el próximo 11 de mayo, se cumpla el primer centenario del nacimiento en Iria Flavia (Padrón) de Camilo José Cela, el sello coruñés Ediciones del Viento se adelanta al festejo para reivindicar su absoluta modernidad literaria con la reedición de Mazurca para dos muertos (1983). Como recuerda su hijo, Camilo José Cela Conde, es una novela que cierra la trilogía que sobre la Guerra Civil conformó con La colmena (1951) y San Camilo 1936 (1969). Y, sobre todo, reseña: «Él quería hacer dos novelas sobre Galicia, una del interior, Mazurca para dos muertos, y otra de la de la mar, Madera de boj».

Para que su radical vigencia resulte indiscutible, el editor, Eduardo Riestra, inserta un prólogo del escritor gallego Agustín Fernández Mallo -uno de los autores más innovadores del panorama actual del castellano y cuyo periplo lanzó el proyecto Nocilla-, que elogia el manejo que Cela hace del lenguaje, de las formas verbales, de la historia, de cómo esta se cuenta, de la memoria personal, de la colectiva... «Es un libro que si lo hubiera escrito un narrador posmodernista de Tennessee, aquí en España estarían alucinando. Pero como Cela es quien es -lamenta-, la vida extraliteraria pesa en la recepción de la obra o en el recuerdo que queda de ella». El poeta coruñés sostiene que su vanguardismo queda demostrado en la forma en que usa el costumbrismo (llevado a un estado alucinado) y la brutalidad, «con un cierto sentimentalismo muy raro», apunta.

Casi figura en las enciclopedias lo que se pueda decir de Mazurca, concede Cela hijo. ¿Qué supone dentro del conjunto de la obra? «Cada uno es dueño de sus juicios estéticos, pero a mí me parece que es la última gran novela de mi padre», proclama, para matizar que no es justo con tal afirmación porque no ha leído El asesinato del perdedor y La cruz de San Andrés. ¿Que por qué? «Por motivos personales que no comentaré. Supongo que no tengo razón, pero a mi edad eso da igual», zanja.

Está de acuerdo con lo que dice Fernández Mallo en el prólogo: desde el principio te atrapa. «Esa especie de metáfora del orvallo que borra la línea del monte, pero que no es el orvallo quien borra es magnífica. Te empapa». Y recuerda cómo pensó justamente en ese pasaje en el entierro de su padre, en aquel día gris en Iria Flavia. «Me vino a la mente porque llovía físicamente, pero también porque el cementerio de Adina está presente en la familia desde siempre». Cela Conde guarda una carta que su padre escribió a su madre, allá por 1948, cuando fue a dar una conferencia a Pontevedra: «Le cuenta que se pasa por Padrón, y que se ha quedado adormecido apoyado en el viejo olivo, junto a la tumba de su hermana, y que por un momento se ha visto muerto y enterrado; y es casi una premonición, porque al final fue esa su tumba». Cuando juzga Mazurca, dice, no entran en juego solo las claves literarias sino todo un mundo de relaciones personales.

«Un autor muy definitivo»

Fernández Mallo admite que no es un gran conocedor de la obra de Cela -«ni mucho menos un experto»- como para situar con tino Mazurca en el contexto de su producción, pero sí sabe que, de las novelas que ha leído, es esta parte de su obra la que le atrae más. «Mazurca es un título que destaco muchísimo. Y es que este segundo Cela me fascina bastante más que el primero, es un Cela muy aventajado y visionario, y es justo decirlo. El Cela más experimental, el de Oficio de tinieblas, inmediatamente anterior, aunque medien diez años, me seduce más que el de La familia de Pascual Duarte o incluso La colmena». En todo caso, esto da sobradamente para aseverar que «ha sido un autor muy definitivo en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, y es fundamental recordarlo».

Cela Conde admira la capacidad de su padre para dar saltos mortales sin red: «Me parece un heroísmo que jamás escribiera otro Pascual Duarte, que no volviese nunca más sobre él a pesar del éxito enorme que tuvo. Si hubiera sido pintor, a ciencia cierta, habría de regresar sobre sus pasos».

«Ese realismo mágico galaico que de otro modo está ya en Cunqueiro, Torrente o Rivas»

Un aspecto de Mazurca que «gusta muchísimo» a Fernández Mallo es esa especie de antropología imaginaria «que enlaza con toda una suerte de realismo mágico galaico», y que está en autores que aprecia especialmente como Álvaro Cunqueiro o, de otro modo, Torrente Ballester o incluso, también de otro modo, el propio Manuel Rivas. Cela, subraya, se maneja como pez en el agua «en un mundo imaginario pero superafianzado en la tierra que -digamos que Cela se pasa en el buen sentido- son borbotones y borbotones de ideas, de elementos extraños, mágicos, y al mismo tiempo muy duros. El empleo del sexo es de una gran brutalidad, pero muy bien realizado. En fin, es un novelón que viaja a golpes de visiones, de un mundo mágico y al mismo tiempo muy terrestre. Y esa mezcla, además, no es fácil de conciliar».

Un aspecto que Fernández Mallo juzga relevante -que tiene que ver con la contemporaneidad y que destaca en su prólogo- es la manera en que se conceptualizaban antes ciertas formas: «Decíamos que una obra como Mazurca era fragmentada o, anteriormente, que era un colaje, pero hoy sabemos que en esta novela hay una coherencia tremenda, una red muy bien configurada». Es una red, sostiene, lo fragmentado no existe, idea que siempre ha defendido: «Decir que una obra es fragmentada es no haber comprendido la obra. Porque algo fragmentado no puede ser entendido por un cerebro. Tiene que haber algo que vaya uniendo las partes, aunque queden sueltas».

Cambiar a modo de red

Es cambiar a modo red. Se ve claramente en Cela y Mazurca, dice, cómo teje una red supertupida de relaciones sociales, sentimentales, históricas... «Vas leyendo el libro, que parece un tumulto, totalmente desordenado, y ese desorden, que en principio está, poco a poco se percibe como una red muy bien tejida, que por supuesto deja flecos sueltos. Porque toda red es inaprensible en su totalidad. Cuando entras en Internet también te parece que hay flecos sueltos, pero en realidad está todo conectado, aunque tú no puedas aprehenderlo todo».

Mazurca es por ello una novela muy contemporánea. «Cela -insiste Fernández- estaba trabajando sobre esquemas que tardarán años en llegar de una manera tan neta. No tanto manejando un experimentalismo de un lenguaje o una sintaxis complejos, como en su época, sino que iba más a este experimentalismo de estructura.