«Mi obsesión es el paisaje, que es mi hogar, y el personaje, pero la literatura ha de tener subtexto». Es el consejo recurrente de Vann para sus alumnos y futuros escritores. Todo lo contrario de lo que ocurre en las redes sociales, que también deplora el narrador, aun sabiendo que esta actitud no es ventajosa para su proyección. «No hay nada en la redes sociales, son horribles y vacías. No quiero saber qué ha almorzado alguien. Prefiero leer una novela», dice. Cuenta Vann que le echaron de Facebook hace un años. «Y me alegra. Me encanta que esa mierda vaya muriendo y desaparezca de mi vida, aunque sea un poco estúpido por mi parte», confiesa. «Hay millones de personas que creen que leen algo y se enfrentan al vacío. Perdemos la capacidad de leer literatura», concluye.
Los libros y la vida
Los libros son para Vann «más importantes que la vida». «Me preocupan más que mi relaciones con mi familia; más que yo mismo, o lo que se piense de mí. La vida es decepcionante y solo se hace interesante en la escritura», argumenta. «Durante 22 años no tuve lectores. Trabajé en La leyenda del suicida de los 19 a los 29, sin dinero y sin pensar en el lector. Cuando escribo no imagino al lector. Escribo para mí y trato de describir la belleza con un material desconcertante», dice. «Escribo tragedias de inspiración griega; soy un clásico que hace lo mismo que se ha hecho en los últimos 3.000 años», resume. La literatura ha sido «más que terapéutica» para Vann, que ha conjurado los demonios de una familia marcada por la locura que acumula cinco suicidios. Diferentes productoras trabajan ya sobre La leyenda del suicida, Caribou Island, y Aquarium, pero Vann sueña con que un director y un productor español lleven a la pantalla Cocodrilo, «en español, por supuesto».