La abstracción espiritual de Kandinsky inunda de color Madrid

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Un recorrido artístico y espiritual que ahora aterriza en sala de exposiciones Centro Cibeles de Madrid con una de las mayores muestras sobre este pionero ruso jamás realizadas en España

19 oct 2015 . Actualizado a las 17:11 h.

Sus investigaciones sobre la forma y, especialmente sobre el color, propiciaron que Vassily Kandinsky fuera experimentando en sus pinturas hasta abrazar definitivamente el arte abstracto. Un recorrido artístico y espiritual que ahora aterriza en sala de exposiciones Centro Cibeles de Madrid con una de las mayores muestras sobre este pionero ruso jamás realizadas en España.

Kandinsky. Una retrospectiva abre este martes sus puertas hasta el 28 de febrero tras el éxito de público cosechado en Milán y Estados Unidos. Está concebida como una retrospectiva monográfica, formada por unas 100 pinturas, grabados, dibujos y fotografías procedentes de los fondos del parisino Centro Pompidou. Éste, junto con el Lenbachhaus Museum de Múnich y el Solomon R. Guggenheim de Nueva York, posee una de las más amplias y valiosas colecciones del artista.

Según explicó este lunes Angela Lampe, conservadora del Pompidou y comisaria de la muestra, «recorriendo su trayectoria se hace patente cómo Kandinsky siempre iba en busca de algo más y realmente no se detenía nunca». Con el fin de trasladar esa sensación al público, la exposición sigue un orden estrictamente cronológico, dividida en cuatro etapas que abarcan desde 1896 hasta la muerte del pintor, en 1944.

Kandinsky, que había nacido en Moscú en 1866, tenía 30 años cuando, impresionado por una exposición de Monet y la puesta en escena de la ópera Lohengrin de Wagner, abandonó su carrera de Derecho para mudarse a Alemania. Instalado en Múnich, comenzó pintando paisajes bávaros tardoimpresionistas como Schwabing (1901), pero llevó «una vida nómada», viajando por Europa y el norte de África, contó Lampe.

Fue así como, en París, descubrió a Gauguin y, sobre todo, a Signac y el Puntillismo. Sin embargo, en las pinturas de Kandinsky las manchas de color «no tienen el objetivo de fundirse en la retina de quien las contempla, sino que funcionan de forma autónoma», explicó la comisaria. Y así, experimentando con las posibilidades cromáticas, comenzó a iniciarse en la abstracción, como refleja su Improvisación III (1909).

Dos años más tarde, escribiría su lúcido ensayo De lo espiritual en el arte, en el que teoriza sobre las relaciones entre la forma y el color y entre éste y el sonido. Ese 2011 marcó el punto de inflexión en su trayectoria cuando él y Franz Marc se embarcaron en el movimiento Der Blaue Reiter (El jinete azul), que revolucionó el expresionismo alemán, y acabó despegándose por completo del realismo transponiendo su mundo interior en imágenes abstractas.

La Primera Guerra Mundial hizo que regresara a Rusia, donde se vio influido por el Suprematismo de Malevich. De esta segunda etapa es su obra maestra En el gris (1919), una tela de gran formato donde «las figuras parecen flotar sobre un espacio infinito», apuntó Lampe, y que ahora llega con toda su fuerza cromática a Madrid. Sin embargo, tras los ataques de los constructivistas más jóvenes, acabó regresando a Alemania para impartir clases en la prestigiosa Bauhaus.

En el blanco II o Amarillo, rojo y azul son ejemplos de lo que Kandinsky llamó «abstracción fría», pues como explicó la comisaria reflejan una abstracción «más teórica y racional» sobre la «espacialización del color». Lienzos todos ellos en los que queda patente la proximidad a Paul Klee, una amistad a la que estos días también dedica una exposición la Lenbachhaus de Múnich.

El cierre de la Bauhaus por el régimen nazi le obligó en 1933 a mudarse de nuevo, esta vez a Neuilly-sur-Seine, a las afueras de París. La luz de la ciudad suavizó su paleta de colores hacia tonos más pastel, como en la imponente Composición IX. Y aunque la capital francesa tenía sobre todo ojos para Picasso, fue Joan Mirò quien más influyó a Kandinsky con sus figuras biomórficas, como en Cielo azul (1940).

Al final, las penurias de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi le obligaron a pintar sobre cartón y a utilizar colores que en realidad se usaban para las paredes. Pero como afirma la comisaria Lampe, Kandinsky «no sucumbió» a la grisura de aquellos días y siguió refugiándose en sus formas geométricas. Por desgracia, no pudo ver el final de la contienda: el 13 de diciembre de 1944 murió de una apoplejía.