Se ha roto una tradición. La Academia Sueca ha hecho algo increíble por primera vez en la Historia. Ha convertido el premio Nobel de Literatura en el premio Nobel de Periodismo. Bienvenida sea la decisión. Y es que la ganadora Svetlana Alexiévich hace periodismo, casi de forma exclusiva. Lo suyo no es arte, ni más ni menos comprometido. Lo suyo es el reportaje puro y duro. Ir a las fuentes, hablar sobre el terreno con los protagonistas y dejar que sus palabras llenen los folios de sus libros. Svetlana es una periodista documentalista. Vierte el material conseguido, en una suma de testimonios que son los que hacen reflexionar al lector sobre la realidad. La parte más noble del oficio de periodista. Sin adornos. Sin perder el tiempo ni el espacio. Sin opiniones gratuitas. Ella se ha ocupado del homo sovieticus, que dice que todavía existe, aunque la Unión Soviética se haya fragmentado. Y ha puesto el acento a la hora de hacer sus entrevistas en momentos claves de ese país: la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la tragedia de Chernóbil... Graba a los afectados y lo teclea. La esencia de esta profesión que, bien trabajada, es una maravilla, no el vertedero de fama de pacotilla, de intrigas de poder y de pajas mentales, en que algunos la quieren convertir. El mejor oficio del mundo es ser periodista. Ir, ver y contar. Mejor como Svetlana: ir, ver y dejar que cuenten los que sufren. Que tu corazón sea una esponja con las voces de los demás.