En una cartelera donde, en nombre del entretenimiento, se dignifica el encefalograma plano, «Irrational man», la nueva película de Woody Allen, emerge brillante, concisa y enérgica
08 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.¡Lo que hay que leer! Una vez más, eso que llaman opinión pública ha ninguneado la nueva película de Woody Allen. En estos tiempos de envoltorios vacíos, ya les gustaría a muchos modernos «vanguardistas» tener la valentía, profundidad y el talento de nuestro octogenario.
En una cartelera donde, en nombre del entretenimiento, se dignifica el encefalograma plano, Irrational man emerge brillante, concisa y enérgica. Una intensa comedia dramática, con la agilidad y la aparente sencillez narrativa de los clásicos, que gira alrededor de la condición humana y las ironías de la vida y del azar.
Si en Blue Jasmine, Allen hacía una ocurrente lectura de las hermosas heroínas en crisis de Tennessee Williams -con Un tranvía llamado deseo como excusa-, aquí el director insiste en el sartriano infierno de los demás, con su amado Dostoiewski -Crimen y castigo- y con el apoyo de tres películas maestras de cabecera, La sombra de una duda de Hitchcock, El tercer hombre de Carol Reed y El extraño de Orson Welles. Obras perfectas para hablar de la banalidad del mal y de las consecuencias de nuestros actos.
El conjunto resultante de la interacción de todos estos materiales es valioso, pleno de humor, con divertidas y oportunas citas de Kant, Sartre, Kierkegaard o Heidegger. Y con el impresionante Joaquin Phoenix, actor de dos de las mejores películas norteamericanas recientes -Her y Puro vicio-, que encarna a un escritor alcohólico y bloqueado, profesor invitado en un campus veraniego, impartiendo clases de «estrategias éticas» y, al tiempo, planeando un asesinato, mientras se lía con una alumna a punto de graduarse. La cara en tensión de Phoenix, en primer plano, con los ojos inyectados en sangre huyendo del lugar del crimen, es de los pocos planos que recordaremos entre tanta imagen desechable de los últimos años.
Allen valora los fondos desenfocados, enmarcando con rotundidad los rostros, como haría su admirado Bergman. Y le saca brillo a los ojos de sus actores, a esa mirada alucinante, a lo elfo peterpaniano, de Emma Stone o a la tierna contemplación de Parker Posey, cuando le dice a Phoenix «déjame ser tu desbloqueante». Y, en la secuencia de los espejos deformantes de la feria, variante de la célebre de La dama de Shanghái -otro homenaje a Welles, en su centenario-, Allen regala otra inolvidable metáfora de la escindida y atormentada alma humana.