Deconstrucción del dolor y el humor en 105 microrrelatos

Fernando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

Arantza Portabales, la vencedora de la pasada edición del premio de Novela por Entregas de La Voz, presentó «A Celeste la compré en un rastrillo»

02 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En A Celeste la compré en un rastrillo hay de todo. Humor, amor, venganza, desamor y dolor, mucho dolor, aunque a menudo más implícito que explícito. «No es un libro apto para débiles del corazón, porque rasca, hiere y te puede romper por muchos sitios», según aseguró ayer el también microrrelatista Pedro Sánchez Negreira en la presentación de este libro de Arantza Portabales editado por Zaera Silvar e ilustrado por Dictinio de Castillo-Elejabeytia Gómez, que tuvo lugar en la librería Cascanueces de A Coruña.

La escritora, ganadora del premio de Novela por Entregas de La Voz, combina todos esos elementos, a menudo opuestos, no solo en los 105 microrrelatos que componen la obra, sino en un mismo texto que, en ocasiones, no pasa de un párrafo: «Es un libro para digerir poco a poco», recomendó la autora. Y el formato se presta para eso. En cierto modo, así es como fue escrito: «Cuando me preguntan sobre cómo escribo suelo decir que en el coche, porque es el único lugar donde no tengo hijo, ni marido ni jefe alrededor, y así surgen las ideas», afirmó la autora en la presentación en la que estuvo también presente el editor, Pablo Zaera, que confesó haberse enamorado de las efectivas píldoras literarias de Portabales en su primera lectura.

Sobre la diferencia entre un género literario como la novela, en el que ya conocíamos el buen hacer de la escritora, y estos directos a la mandíbula que oscilan «entre las siete y las setecientas palabras», Portabales destacó la dificultad que entraña, «para alguien que habla tanto como yo, simplificar y reducirlo todo. Porque lo importante en el microrrelato es lo que se dice sin decir, y ahí radica su mérito y dificultad», aseguró sobre estas historias que permiten al lector enfrentarse al dolor, incluso a la muerte, con algo más que una sonrisa.