La crítica del castrismo desde dentro le da a Padura el Princesa de Asturias

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

<span lang= es-es >En La Habana</span>. Pese a que muchos lo sitúan fuera de la isla, por su posición crítica con el castrismo y su estrecha relación con España, Padura vive en Cuba, a pocos kilómetros del centro de La Habana. En la fotografía, ayer, retratado en el patio de su casa tras tener noticia del premio.
En La Habana. Pese a que muchos lo sitúan fuera de la isla, por su posición crítica con el castrismo y su estrecha relación con España, Padura vive en Cuba, a pocos kilómetros del centro de La Habana. En la fotografía, ayer, retratado en el patio de su casa tras tener noticia del premio. Alejandro Ernesto < / span>EFE< / span>

El jurado elogia la obra del escritor cubano, cuya mayor creación es su detective Mario Conde, por su «soberbia aventura del diálogo y la libertad»

11 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es sin duda Leonardo Padura (Mantilla, Cuba, 1955) un ganador inesperado para un Princesa de Asturias de las Letras en que asomaban la cabeza grandes nombres como David Mamet, Norman Manea, Ian McEwan, Richard Ford, Adonis, James Salter o Haruki Murakami. Sin embargo, y pese a que su editora y gran valedora, Beatriz de Moura -fundadora de Tusquets, sello en cuyo catálogo se hallan todos sus libros-, formaba parte del jurado, su legitimidad está a salvo, salvaguardada por una obra de varias décadas, un éxito internacional incuestionable y una gran creación literaria: el detective Mario Conde, álter ego del autor y que le sirve para ofrecer su visión crítica -soterrada, cortés, sin aspavientos y desde dentro- de la realidad cubana, del régimen castrista. Y es que el investigador ha ido creciendo, envejeciendo de la mano del escritor, y ambos se han ido confundiendo en un camino que se inició incierto en los últimos años de la década de 1980 y que está marcado por el escepticismo y la nostalgia. El propio Conde anhela ser escritor.

La sombra de la censura -que Padura asume y no olvida- pesa calladamente en la escritura en la isla, y eso acaba por condicionar la pluma, que se empeña en hacer del día a día habanero una novela en que se conjugan suceso, historia, política, literatura, economía, gastronomía, amor, sociedad y corrupción. La crónica queda enmarañada en la acción criminal, pero prevalece sutilmente la crónica, como ocurría en los libros de su admirado Manuel Vázquez Montalbán. Es más, presume, sin Pepe Carvalho, no habría Mario Conde. Él está en el origen de todo.

Tanto de Montalbán, como de Dashiell Hammett, Ernst Hemingway o Leonardo Sciascia, suele subrayar, aprendió que es posible elaborar una narración policial que guarde una relación auténtica con la realidad y el ambiente del país, que denuncie, trate o aborde asuntos concretos, no necesaria y puramente imaginarios. Es con esta perspectiva con la que él penetra en el lado oscuro, menos a la vista, de las cosas, que, cree, están empezando por fin a mudar hacia una deseable apertura, aunque muy lentamente, y que, sostiene, deberían producir un socialismo posible, cabal, humanista, de consenso.

Desencantado, como buena parte de su generación, de los derroteros que tomó la Revolución cubana (esperanzadora en sus inicios cuando derrocó al dictador Fulgencio Batista), Padura se empeña en contar lo que pasa como si no lo estuviese haciendo. Dice que siendo apenas un adolescente leyó El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, y ya entonces columbró la fuerza de la escritura, su poder para actuar sobre el lector. En eso se percibe también su vocación periodística. Y, ya se sabe, si no puedes relatar lo que ves en el periódico haz una novela policíaca, nada mejor para reflejar lo que pasa en una sociedad. En la opinión del jurado, sus libros descuellan por la «soberbia aventura del diálogo y la libertad» que proponen.

Fue el director de la Real Academia Española, el gallego Darío Villanueva, presidente del jurado, quien dio lectura al veredicto, que señala a Padura como un autor «arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectual independiente, de firme temperamento ético».

No son pocos los que le reprochan que no rompa con el régimen y abandone la isla en pos del exilio, que su permanencia legitima en cierta medida a Raúl Castro (y antes a Fidel). Pero él replica que necesita de La Habana, del béisbol, de su barrio de Mantilla, de su identidad, de sus gentes, sus frustraciones, sus alegrías, sus pesares, que son su vida y el verdadero sustento de su literatura. Y toma prestada la rotunda respuesta que daba la poeta cubana Dulce María Loynaz (premio Cervantes en 1992) cuando le preguntaban por qué no se iba: «Porque yo llegué primero».

«Yo soy un escritor cubano que escribe sobre Cuba», se definió Padura a la agencia dpa tras ser distinguido con tan prestigioso premio. «Los problemas de Cuba y los problemas de mi generación centran mi obra», resumió para lamentar que haya quienes lo definan únicamente como un escritor «crítico con el régimen. Me abarata como escritor. No me gusta que me pongan esa etiqueta -insistió-. Me gusta que valoren mis libros por lo que son literariamente. Yo trato de que la política sea un componente que pongan los lectores», anotó.

Un Mario Conde de cine

Parece que el veterano cineasta español Gerardo Herrero y la compañía NadCom -que encabeza el productor Peter Nadermann, responsable de las adaptaciones de la trilogía Millennium de Stieg Larsson, de las novelas de Henning Mankell y que trabaja ya con la saga de la donostiarra Dolores Redondo- han puesto su mirada sobre Mario Conde, para llevar sus aventuras habaneras a la televisión e incluso la primera entrega podría llegar inauguralmente a la pantalla grande. Para encarnar al sabueso fumador y melancólico nadie mejor que el actor cubano Jorge Perugorría, que saltó a la fama en 1993 por su papel en el filme Fresa y chocolate. El Conde, que así lo apodan sus amigos, es un investigador escéptico, de caminar fatigoso, desengañado en el amor y al que gusta mirar la vida a través de la lente morosa, lúcida y deformadora del alcohol. «Un cabrón recordador», en palabras de sus amigos, a quienes a veces fatiga su insistencia por enfangarse en nostalgias.