El muslo y el zapato

Mercedes Rozas

CULTURA

09 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni Jeff Koons ni su obra han pasado nunca desapercibidos, quizá porque ambos, al unísono, alientan la curiosidad, la expectación e incluso también el morbo, elementos que en una sociedad ávida de espectáculo encuentran siempre complicidad con cierta clase de espectadores. Con todo, sus conejitos hinchables, monos, corazones, tulipanes? no son ni mucho menos piezas simples ni ingenuas, en las que únicamente cuenta el papel de la envoltura. El concepto, el trasfondo de cada uno de esos bibelots de amplios formatos y estridentes colores, forma parte de una dramatización buscada.

El artista nunca ha escondido su estudiado plan para vivir del arte, producto seguramente de aquellos años en los que se dedicaba como corredor de bolsa a las finanzas. En su organigrama particular hay una fórmula perfecta: fetichismo, publicidad y mercado. En esta composición no falta tampoco la pornografía porque para Koons es lo mismo trabajar con objetos que con sexo. Como diría Juan Eduardo Cirlot, aquí «no hay diferencia entre el muslo y el zapato».

En el americano se produce una ósmosis entre autor y obra. Sus creaciones son en realidad una autorreferencia a su vida, y la escenificación del yo que hace a través de ellas no es más que la representación de la sociedad en la que vive. Es hijo de su tiempo y lo explota para aumentar su caché. Se puede hablar de dadaísmo, surrealismo, de pop art, de influencias de Dalí, Duchamp, Warhol? Da igual, siempre acabaremos atrapados en su juego y terminaremos por hacernos una foto ante el florido Puppy bilbaíno. Aunque, ya solo por eso, vale la pena la visita al Guggenheim.