Jeff Koons, 40 años de libertad creadora

Beatriz Pallas BILBAO / ENVIADA ESPECIAL

CULTURA

El Guggenheim recoge en una retrospectiva la trayectoria del artista más cotizado del mundo

09 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Reflexión, honestidad y autoaceptación son las palabras recurrentes en el pausado discurso del artista más cotizado del mundo, Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955), que ayer inauguró en el museo Guggenheim de Bilbao la primera retrospectiva sobre las cuatro décadas de una trayectoria de libertad creativa tan venerada como discutida. Casi cien obras componen esta muestra, que se estrenó en el museo Whitney de Nueva York, pasó después por el Centre Pompidou de París y ahora hace en el País Vasco, hasta el próximo 27 de septiembre, su tercera y última parada.

De la obra de Koons, que elevó lo kitsch a la primera división del arte contemporáneo, cabría esperar un autor estrafalario, a la altura de sus populares conejos hinchables o de un increíble Hulk con un órgano musical integrado. Pero el artista estadounidense resulta ser un hombre sereno, de conversación pausada y atuendo exquisito, que, a pesar de haber tenido que reinventarse para superar varias veces la bancarrota a la que lo condujo su arte, vive fortalecido por dentro y por fuera en una paz mística de «mayor conciencia y ninguna ansiedad».

Bilbao lleva ya casi dos décadas familiarizado con Jeff Koons, autor del gigantesco perro Puppy adornado con 38.000 flores que da la bienvenida a los visitantes del museo construido por Frank Gehry. Ahora, podrá conocer mejor la obra de este creador, que empezó a dar sus primeros pasos en el arte a finales de los setenta encapsulando dentro de urnas transparentes las más modernas aspiradoras de la época o construyendo bodegones con tostadoras y tubos fluorescentes. Son electrodomésticos sin estrenar, que forman parte de su virginal serie denominada Lo nuevo.

En esta retrospectiva también están presentes sus reflexiones sobre el equilibrio, que le permitieron mantener suspendido un balón de baloncesto en el centro exacto de un acuario lleno de agua, no sin antes haber consultado con eminentes científicos. Se recoge, asimismo, el resultado de su personal acercamiento al barroco europeo, que dio lugar a obras en las que los monarcas y figuras religiosas del arte clásico son sustituidos por iconos contemporáneos. Así nace su serie Banalidad, con su célebre estatua de cerámica de Michael Jackson sentado como una Piedad mientras sostiene en el regazo a su mono Bubbles o el actor Bob Hope haciendo su entrada a lomos de un burro.

En una revisión personal y desinhibida de El origen del mundo de Courbet, Koons atravesó a principios de los noventa una de sus etapas más polémicas, la que engloba una serie de esculturas y pinturas de carácter sexual del artista con su primera esposa, la actriz porno Cicciolina. Evitando nombrar a la madre de uno de sus ocho hijos, el artista reivindica aquella etapa en la necesidad de «eliminar los juicios, la culpa y la vergüenza y aceptar el propio cuerpo».

Y es que si de algo puede presumir Koons, más allá de ser el autor de la obra más cara creada por un autor vivo -el Balloon Dog (naranja), vendido por 52 millones de euros-, es de una robusta confianza en sus propias ideas ajena a las críticas de los sectores más academicistas. «Hay gente que para fortalecerse a sí misma intenta debilitarte, decirte que hay unas determinadas normas que hay que cumplir, pero todo es perfecto en sí mismo -sentencia-. Todo lo que tienes que hacer es seguir tus intereses y ser honesto».

La exposición se cierra con la serie Celebration, un compendio de obras de apariencia simple y naïf, con lienzos repletos de plastilina, dulces, referencias infantiles y, por supuesto, uno de esos populares perros de globoflexia que parecen sacados de una fiesta de cumpleaños, de apariencia frágil pero de recia estructura de acero inoxidable, con los que aspira a reflejar la lucha entre la vida y la muerte. La pintura reflectante que cubre la superficie busca que el visitante pueda ver su imagen deformada al acercarse. «El valor de la obra es el propio potencial del espectador como ser humano», reivindica.

Con esa sólida aleación de acero y cromo y su brillo de falso lujo, Jeff Koons también ha recreado iconos vigorosos como Popeye, un alter ego del musculoso artista, quien hace suya una de las frases favoritas del famoso personaje de cómic: «I Am What I Am». Soy lo que soy.