Kiko Amat: «Hay un coraje en ridiculizarse a uno mismo»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN

CULTURA

MARTA PÉREZ | EFE

Kiko Amat reúne en «Chap chap» sus mejores «y peores» crónicas sobre la cultura pop

04 jun 2015 . Actualizado a las 12:47 h.

La cultura pop impregna todos los libros de Kiko Amat (Sant Boi, 1971), desde sus novelas a los de ensayo o periodismo, donde se coloca en primer plano. Es el caso del reciente Chap chap (Blackie Books), que recopila artículos, listas, diatribas y panegíricos escritos desde 1987 hasta este mismo año. Sus páginas albergan personalísimos análisis de algunos de los sospechosos habituales en los escritos del autor -de Dexys Midnight Runners a Style Council, de Bill Withers a Vic Godard- encuentros humorísticos con el mainstream -Julio Iglesias, Miguel Bosé-, discos, libros y crónicas en las que manda la primera persona, que se revela en todo su esplendor en series como En las batallas o Catorcephenia. Recuerdos tan indelebles como los tatuajes que asoman bajo las mangas de la camiseta del grupo Nueva Vulcano en la bodega del bario barcelonés de Sant Antoni, donde su discurso veloz pero preciso emerge por encima del alegre bullicio parroquiano.

-Me gustaría empezar preguntando si le gusta Rumble Fish.

-¿El libro o la peli?

-Los dos.

-De Rebeldes sí que me gusta la peli, pero generalmente las pelis que hacen de libros que molan, molan tanto, nunca me molan. Y no hablo de Absolute Beginners, que era obviamente inmunda, hablo de cosas que no dan mucha, mucha vergüenza ajena, pero que eran bastante fétidas en comparación con el libro. Rumble Fish me gusta un poco, The Wanderers me parece horrible. Para mí, es el libro. Al contrario que mucha gente de los 80, primero leí el libro antes de ver la peli. Y ya tenía la imagen hecha, claro. Pero no es una versión espantosa, como a veces sucede.

-Lo comento porque algunos pasajes del libro relacionados con la adolescencia me recordaban al personaje de Steve, el amigo de Rusty James, que va a todas partes con un lápiz y un cuaderno anotándolo todo. No sé si llevaba un cuaderno o no, pero sí querría saber si tuvo la conciencia de pensar: ¿algún día contaré todo esto?

-Sí, en las mismas palabras que lo acabas de decir. Yo sabía que que eso tenía que ser contado, luego un rápido vistazo a mi alrededor me confirmó que tenía que ser yo porque mis colegas no tenían inclinación narrativa. No quiero darle visos como de eminencia o de visión preclara de que iba a suceder, pero tenía la conciencia clara de estar viviendo algo que alguien tenía que narrar. Siempre la tuve, como si estuviéramos viviendo algo realmente importante. Y yo sabía que eran historias que se iban a perder, que iba a ser una historia no narrada: no conocíamos a escritores, nadie iba a contar nuestra vida. Y de ahí Rompepistas y todas las historias de En las batallas. Un filón inagotable.

-Pero luego sí encontró libros que contaban experiencias cercanas, esas epifanías de «este pude haber sido yo y esto me podría haber pasado a mí».

-Yo venía de aventuras y detectives, lo que es la formación infantil. Libros increíbles, eh. Te lees El día de los trífidos, de Wyndham, y no se parece a tu vida: unos ficus que vienen del espacio exterior a un mundo donde todos se han quedado ciegos no es lo que te pasa. Pero empecé a tener esas tempranas epifanías de ?por fin alguien habla de nuestras experiencias?. Hay una parte que tienes que realizar una cierta abstracción para aplicarlo a lo tuyo, pero la emoción y lo que sucede y las explicaciones de desamor y de rabia y de angustia adolescente sí, y yo las empecé a ver en todas, en Principiantes, en El buda de los suburbios, que la gente se ha olvidado de lo importante que fue, porque luego Kureishi ha hecho otras cosas, pero fue un libro capital, de los primeros, mucho antes que Nick Hornby en hablar de cultura pop, de cultura juvenil, de un adolescente, pero no como Holden Caulfield, sino que te lo hacía pasar por el punk. Esos libros eran increíblemente atractivos e inspiradores.

-¿En su caso hay un viaje de ida y vuelta? La curiosidad de querer encontrar, pero también filtrarlo a través de su experiencia y contarlo?

-Claro. Yo también quería una explicación, estaba intentando explicarnos, las cosas que nos estaban pasando. Antes había sido solo la música pop, que articulaba una explicación del mundo y nuestro lugar en él, era una ventana a la belleza que en mi pueblo no había: reaccionábamos violentamente contra cualquier manifestación artística, que nos parecía sospechosa de solemnidad y pretenciosidad. Y luego vinieron los libros. Todo eso te iba explicando la idea joven, el gozo de la vida, esas cosas tontas que cuando eres adolescente es crucial que alguien te las diga, que sepas por qué está pasando eso. Y el rollo ese de beber la vida a tragos y tener esa visión del no future, de que es el ahora, eso viene de estos libros y de la música pop, de darle importancia a esos momentos.

-¿Pervive ese espíritu del fanzine? La curiosidad, la emoción de los descubrimientos y su relato...

-Bueno, lo de los fanzines a veces también se sobrevalora. Fueron vitales en los 80 y 90, está claro, pero a veces se les otorga como una especie de patente de corso, que son incriticables por el hecho de ser fanzines. Pues no, los espantosamente mal escritos, y otros son pueriles. El hecho de ser fanzines tampoco no te defiende contra la crítica, no es un antídoto. Lo que pasa es que la idea del fanzine, en cuanto a la idea de hazlo tú mismo, es inspiradora. Aparte que su tiempo ha pasado.

-Me refería a que la convención del periodismo parece pedir al informador que se diluya, mientras que para usted el uso de la primera persona es capital.

-Pero yo no lo asocio al fanzine. La primera crítica que recibí decía que yo escribía en un estilo muy fanzinero. En Inglaterra, todos los columnistas que he leído en los periódicos grandes, hablan en primera persona y en tono cómico. Innegociable: todos. No conocía ni uno que no lo hiciera. Julie Burchill, Charlie Brooker, Caitlin Moran... eso era innato, es parte del talante articulístico inglés. Aquí se consideraba que esta objetividad solemne era como el único camino para hacer columnas y yo nunca lo había visto así. Y aparte hay una tendencia en el columnismo español, de tíos como Camba, que siempre lo han hecho en primera persona. Camba era el peor periodista de la historia, era pésimo. Se iba a Londres y yo creo que ni hablaba inglés, pero las reflexiones que hacía sobre él no te daba ningún tipo de idea del país en el que estaba, no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero te daban una gran idea de quién era él, como miraba el mundo y de dónde venía.

-Camba fue un gran humorista y para usted la comicidad es algo a lo que no renuncia.

-Primero, ser cómico es algo no negociable. Es otra cosa bastante inglesa. Se parte del presupuesto de que tienes que ser divertido, da igual de lo que hables. Esto me viene de varias vías: del talante narrativo inglés y también de cultura oral de clase obrera de mi pueblo. La reacción inmediata de toda la gente que me rodeó en mi infancia y mi adolescencia era la desdramatización. Quitarle gravedad a todo. Y si te pasaba algo grave, la forma en que la gente se enfrentaba a ello no era nada víctima ni autocompasiva, era quitándole solemnidad y drama y hacerlo algo divertido. Esa sí que es una influencia, ese tono de no entrar lloriqueando, sino todo lo contrario: aquí no ha pasado nada. Y como le ves la parte grotesca y ridícula, y como sabes que tu audiencia va a agradecer que apliques una hipérbole, para ti es automático, es natural. Atropellar a un señor no me hizo gracia en su momento, yo no quería atropellarlo, como sale en el libro, (no lo maté, se levantó y se fue). Pero en el momento exacto me angustié, al cabo de una hora se había ido la angustia y a las dos horas estaba tomando notas porque claramente todo era ridículo, todo estaba envuelto en el mismo ridículo, que diría Camba. Y la visión que tengo de esto es de hacer mofa de la propia caída, de caer y reírte de ello, precisamente porque no tienes razones para hacerlo.

-Se suele decir que a los ingleses les encanta reírse de sí mismos. En España el blanco de las bromas suelen ser los demás. Usted es muy inglés en ese sentido y no le importa relatar situaciones ridículas en las que es el protagonista.

-El pecado número uno en cultura inglesa es ser pretencioso: es intolerable. De vez en cuando te sale un pretencioso, siempre los hay, Will Self o Martin Amis o quien sea. No quiero sobrevalorarlo, pero hay un coraje en ridiculizarse a uno mismo. Yo soy eminentemente ridículo. Lo difícil es adquirir el autoconocimiento para ridiculizarte. Creo que este es uno de mis únicos atributos, lo digo en serio, certificado por mi mujer. Me he topado con gente que tiene una idea espectacularmente equivocada de quien es, lo que me inquieta y llena de congoja y curiosidad. Oyes a gente hablando de sí mismos y no los conoces, no sabes quiénes son. Yo le aplico hipérbole a lo que escribo y salgo aún más ridículo de lo que soy, pero tengo una idea clara de quien soy y de los pecados que cometo y los desvaríos y males que he provocado, y eso te facilita el reírte porque sabes cuáles son tus puntos débiles porque te has enfrentado a ellos muchas veces. Un protagonista, yo en el caso de mis artículos, tiene que tener conflicto, es la base de todo lo que hacemos.

-Otra fuente de humor es el choque con las grandes estrellas y su mundo, con actitudes que damos por sentadas muchas veces pero que bien miradas son cómicas. Su relato de un concierto de Julio Iglesias o su entrevista a Miguel Bosé, por ejemplo.

-Es el cliché del ropaje del emperador pero es cierto. Si eres más o menos inocente, en el sentido de que vienes de subculturas, y nunca te habías enfrentado a estas cosas. Los músicos que yo conocía eran gente que yo conocía, que tenían 18 años, que luego los veías bajar del escenario. Y enfrentarte a esta especie de dinosaurios es muy chocante. Aparte de que es un discurso vacío y tiene un componente tan grotesco y exagerado que te tienes que reír. Es gente muy, muy poco interesante. Músicos, escritores, son gente muy aburrida, que no tiene nada que decir. Como no suceda nada ridículo, a ver cómo lo sacamos. Prefiero entrevistar a un boxeador, a un escalador, a quién sea menos a un escritor. Acabas hablando de libros: es gente cuya vida es estar en un cubículo de cuatro por cuatro seis o siete horas al día: qué te pueden contar. Su visión del mundo no me resulta increíblemente fascinante.

-El periodista inglés Jeffrey Bernard en su columna «Low Life» escribía sobre gente así, gente común. Cuando no podía entregar su artículo se publicaba la nota «Jeffrey Bernard is unwell». ¿Algún día habrá que anotar «Kiko Amat is unwell»?

-Ya sabes que is unwell -yo soy superfan de Jeffrey Bernard- es un eufemismo. Unwell quiere decir resacoso perdido. Sí, pero no unwell de depresión, unwell de la turda que agarraste. Pero sí, está claro que no está bien. Este libro es un grito de socorro, está claro que de ser yanqui este tío sería carne de diván, pero tuve la suerte o la desgracia de nacer en Sant Boi y no se estilaba lo de contarle tus penurias a un desconocido tumbado en un despacho. Tampoco vengo de una cultura de contar los sentimientos. Los artículos han sido como la única vía de escape. Mis amigos y la gente que me ha conocido. Para empezar, yo nunca he visto llorar a nadie. En mi pueblo nadie lloraba. Si lo hacías lo hacías tan en secreto que no se enteraba nadie. Y tampoco contabas tus desgracias porque no apetecía y porque se definía como poco viril. Hay una parte de eso que me sonroja y me llena de bochorno, pero también hay una parte que me gusta, de no ser quejica. Soldier on: tira p'alante. Que un obús te ha arrancado dos piernas, tira p'alante, no te quedes aquí sollozando.

-«Chap chap»: ¿Se anima a explicar el título?

-El título es un secreto. El que lo pille, lo pillará. Es una onomatopeya, puede ser un montón de cosas.

-Está en la línea de todas esas referencias pop que va dejando caer en sus libros...

-Me sale sin querer, ni me doy cuenta que pasa, así de innato es. Son de cuando era muy pequeño yo. Estas expresiones son como frases hechas. Mi trocito peor, que aquí sale cuatrocientas veces. Es claramente El último de la fila. El subtítulo de Chap chap es os enseñé mi trocito peor.

-La canción también dice «Si lloré ante a tu puerta».

-Exacto. En este caso sí que no. Tronchándome ante tu puerta. Y llorando por dentro: Tears of a clown. Llorando, pero de caparazón para dentro.