El cineasta Sorrentino lima su barroquismo en «Youth»

José Luis Losa REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Los actores Michael Caine, Harvey Keitel y Jane Fonda protagonizan este filme sobre la vejez y la herida del tiempo

21 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegó Paolo Sorrentino a Cannes no vamos a decir que con aires de vendetta, pero sí de saldar alguna cuenta. Hace ahora dos años La Grande Bellezza generó aquí filias y fobias, pero fue una de las películas-acontecimiento de la edición. Y el palmarés la excluyó por completo. Luego le llovieron todos los premios el resto de la temporada, incluido el Óscar. De ahí el morbo añadido de este retorno de uno de los niños mimados de Cannes. La sensación que me produce Youth es la de un Sorrentino que ha decidido limar algo su barroquismo excesivo.

Le ayuda mucho la abundante presencia en plano de Michael Caine y Harvey Keitel, en la ficción un director de orquesta y un director de cine que viven en un balneario más animado que el de La montaña mágica. La sobriedad, el placer mayúsculo de observar a estos dos descomunales jefes de tribu actoral reflexionar sobre su vejez, los amores perdidos, la angustia de seguir creando o de retirarse de escena (son relevos del discurso sobre la herida del tiempo de Jep Gambardella) es, en sí mismo, el gran efecto especial de Youth. Hay alquimia cenital entre ellos, y aún más cuando se les suma Rachel Weisz (junto a Cate Blanchett la actriz más grande este tiempo, no ya de un festival que las celebra).

También hay sorrentinismos inevitables (ese link de Keitel con el 8 1/2 felliniano) o algún borrón de bulto: ni Jane Fonda se merece ese papel bufo, autoparódico aunque ella no lo sepa. Pero el achique de espacios que genera el poder de fascinación de sus actores es tal que los ataques de autor del italiano son casi gambetas infecundas pero no molestas. Y, por cierto, conviven con ocurrencias apreciables, como la de ese Maradona marsupial, y su Marx tatuado en el lomo, convidado a este balneario del tiempo estancado.

Youth es menos epatante que La Grande Bellezza, pero resistirá mejor el paso de los años. Nos permitió, por añadidura, apreciar en la conferencia de prensa que Caine se conserva lúcido e irónico a sus 83 años y que cabe seguir rogando que este estado prolongue su magnitud de gigante. Y dudo que Cannes permita que su Sorrentino se marche de vacío.

La China que censura

El otro autor que concursaba no es peccata minuta: Jia Zhang-Ke es esencial en las dos últimas décadas. En el 2013 pasó en este festival A Touch of Sin, un órdago contra el todo, una feroz denuncia de la violencia y la injusticia en la sociedad china, país en que fue prohibida. Veo su nueva obra, Mountains May Depart y no dudo de que en el Comité Central lo llamó a capítulo. Y de que lo habrán invitado a soltar el pie del acelerador o a convertirse en un nuevo caso Panahi. Solo que en China no son partidarios de dejar moverse en taxi a los disidentes. Y, así, cambia de registro por completo. Hay suaves ironías sobre el capitalismo del siglo XXI de Shanghái o Macao, pero se percibe que le han puesto marcaje.