Inmenso Benicio del Toro, infiltrado entre los carteles del filme «Sicario»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Valerie Donzelli, tercera frustración de la amplia representación francesa

20 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Camina el festival, pesaroso, con la carga poco comprensible de la cosecha agria y fallida del cine francés con el que se ha congestionado la sección oficial. Cuestión muy comentada cuando, además, hay excelentes películas del país, de Arnaud Desplechin o Philip Garrel, desplazadas a la Quincena para que en el concurso estemos soportando tanta ganga gala. La última, Marguerite & Julien, de Valérie Donzelli, un proyecto que en tiempos manejó Truffaut, en torno a un romance entre hermanos ambientado en el siglo XVII. Donzelli intenta tocar varios palos -el de la tradición del relato galante oral, los juegos anacrónicos (un helicóptero antes del Siglo de las Luces, la pareja fotografiada por la policía como si fuesen Bonnie and Clyde), una autoparodia como la de otorgar a Geraldine Chaplin el rol de suegra bruja (cada vez que entra en plano Chaplin, otro mal envejecer, se escucha alguna risa en la sala)- y al final no acierta con ninguna de sus propuestas. No hay pulsión romántica, el cruce de géneros y códigos marea, los amantes incestuosos no generan sino ganas de que les corten la cabeza como, en efecto, sucede. Solo se salva de la quema Anaïs Demoustier, fascinante rostro que descubrimos no hace mucho en Una nueva amiga, la cinta de François Ozon.

De todo este lastre no sé si chauvinista nos vino a salvar un poco Sicario, thriller en el que la CIA, el FBI y los carteles de la droga juegan su danza de la muerte en la frontera de Ciudad Juárez. Es película de industria, sin excesiva personalidad. Y la dirige el canadiense Denis Villeneuve, cineasta bastante tramposo y no ilusionante. Aquí, de hecho, parte Villeneuve de un señuelo de mal tahúr: otorga en esta trama de mundo macho un papel en apariencia relevante a una Emily Blunt que parece hacer un guiño al recuerdo eminente de la Jessica Chastain de Zero Dark Thirty y el posfeminismo de las mujeres-alfa en cine de acción donde prima la inteligencia. Ocurre que esa premisa es totalmente falsa: Blunt, una agente del FBI desafiada a desmontar el cartel de la frontera, es en todo momento un personaje superado y dependiente, a rebufo siempre de un Benicio del Toro que se lleva la parte del león y las demás también.

El trabajo de Del Toro, como oscuro colaborador de la Agencia Antidrogas, es otro fastuoso ejercicio de actor totémico. En un territorio en el cual tanto el intérprete como su personaje -recuerden Traffic- se mueven como depredadores, Del Toro maneja los hilos de esta trama alejada de tópicos, inteligentemente cínica en su teoría de la reparación del caos geoestratégico dejado tras la muerte de Pablo Escobar y la detonación del cartel de Medellín. Como Del Toro le dice a Emily Blunt: «No puedes sobrevivir entre lobos si no eres un lobo». Y el actor, animal cinematográfico solitario y orgulloso, se come la pantalla, el desierto y las arenas de muerte fotografiadas en Sicario de una forma tan bella por el gran Roger Deakins.

México como Estado fallido

El protagonismo mexicano de la jornada se amplía con Las elegidas, un guion del escritor Jorge Volpi que nos devuelve a ese territorio de la crueldad que han internacionalizado en su universo macabro y nihilista Reygadas o Escalante. El director, David Pablos, nos cuenta cómo funciona el secuestro y tráfico sexual de menores a pequeña escala. Huye del morbo y por eso genera todavía más horror esa familia de proxenetas que hace convivir la tortura con la normalidad de una fiesta de cumpleaños con torta.