John Banville: «Escribir es muy parecido a soñar»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

El autor irlandés apadrina esta semana el festival literario Coruña Mayúscula

26 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Intriga y misterio son los dos ejes sobre los gira una nueva edición del festival literario Coruña Mayúscula, que se celebra en el Ágora de la ciudad desde ayer y hasta el próximo sábado. Intriga y misterio son también calificativos para referirse a los libros del padrino de la cita este año, el irlandés John Banville (Wexford, 1945), tanto los firmados bajo su nombre como los de su alter ego Benjamin Black. De ambos acaban de publicarse El libro de las pruebas y Órdenes sagradas (Alfaguara), aunque en septiembre aparecerá en inglés otra novela de Banville, The Blue Guitar, que toma su título de un poema de Wallace Stevens. «El personaje principal es un pintor que ya no puede pintar más y la razón es que no podía soportar el hueco entre el mundo y su representación pictórica, lo que le causa una crisis», anticipa el escritor.

-Un pintor. El protagonista de «El mar» es historiador del arte y usted también pintó de joven.

-La pintura es un arte maravilloso porque no creo en el arte psicológico. No conozco más que lo que veo, no puedo saber lo que subyace debajo. Lo único que puedo presentar es lo que resulta evidente a mis ojos y eso es un pintor. Pero no me habría gustado ser un pintor. Estoy contento de ser lo que sea que soy, que no es un novelista. Benjamin Black es el novelista, mientras que el pobre Banville no sabe cómo escribirlas [sonríe].

-En cambio, ha definido sus novelas como «una radiografía del yo».

-Esa historia a la que se refiere ocurrió un día que se publicaba un libro mío. Una amiga me vio y comentó: «No tienes buena cara». «Claro que no: hoy se publica un libro mío y tengo la impresión de que voy por la calle desnudo». Y ella dijo: «Tienes razón: y además llevas tus radiografías bajo el brazo». Lo que me pareció brillante. Supongo que es así. Es una revelación del yo a un nivel de gran profundidad. Por supuesto que no es autobiográfico. No escribo sobre mi vida, no hay nada tan interesante en mis circunstancias para escribir sobre ello. Pero escribo sobre mí mismo a un nivel muy profundo, no puedo escribir sobre otra gente.

-Para usted, la ficción cuenta la verdad, mientras que la autobiografía es una máscara del autor. La idea establecida es justamente la contraria.

-Ambiciono escribir mi autobiografía, pero una en la que todo sea levemente erróneo, con pequeñas mentiras: en vez de tener un hermano y una hermana, tendría dos hermanos, y daría el año de nacimiento equivocado. La gente diría: «Pero, te hemos buscado en Google». «Ah, ¡Google siempre se equivoca! Esta sí es la verdad», respondería. Sí, quizá lo haga. Sería un juego maravilloso, ¿no cree?

-Y ligeramente irreal. ¿Por esto mismo equipara escribir a soñar?

-Escribir es muy parecido a soñar. Y, a más edad, más se me asemeja a los procesos de sueño. No sé lo que hago y no quiero saberlo. Me gusta este extraño sueño en el que estoy sumido a medida que me hago mayor. Estoy medio dormido todo el tiempo, porque, claro, resido en el pasado. Todos lo hacemos. El otro día leí sobre una tribu que carece de los conceptos de pasado, presente y futuro. Consideran el futuro lo que está detrás, porque las cosas realmente interesantes han quedado atrás, el futuro es lo que has dejado atrás. Ahora estoy más cerca de mi infancia: el pequeño pueblo en el que crecí está muy próximo a mi imaginación. El pueblo en sí ha dejado de existir, al igual que Dublín dejó de existir para Joyce. Nunca volvió porque se lo encontraría realmente, él, que había construido la ciudad de su imaginación.

-¿Y qué ocurre cuando asume el personaje de otro, como el detective de Chandler, Philip Marlowe?

-Eso es algo totalmente distinto. Es un trabajo de artesano. Lo encuentro muy interesante. Quería ampliar su personalidad, concentrarme en los aspectos de Marlowe que me atraen más, como la soledad: no tiene nada en su vida, no tiene familia, no tiene pasado. Las personas de las que se enamora lo traicionan. Y sigue adelante. Es un héroe. Nos vendrían bien algunos Marlowes más en estos tiempos. Es el estoico original. No importa cuánto lo maltraten, él se va al bar, echa una partida de ajedrez. Me gusta.

-¿Sufrió su escritura de falta de tiempo los años que se dedicó profesionalmente al periodismo?

-No, no. Mire, el día tiene 24 horas. Eso es mucho tiempo. De la forma en la que escribo no podría hacerlo más de seis horas; me moriría. No podría mantener ese nivel de concentración. ¿Qué hago el resto del día? Puedo hacer periodismo. Lo echo de menos.

-Para usted, el escritor convive con el fracaso porque aspira a una perfección que nunca conseguirá. ¿En qué momento da por terminado un texto literario?

-Por lo general, es agotamiento. Tu propio agotamiento y el de las posibilidades, cuando ya no puedes sacarle más a la frase. Podrías, pero los pintores saben que hay un momento en el que añades una pincelada más de color al lienzo y todo se viene abajo. Y al lenguaje también le puedes quitar su frescura.