Dylan publica mañana el disco con el que rinde tributo a Frank Sinatra

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

MARIO ANZUONI | Reuters

«Shadows in the Night», su 36.º álbum de estudio, recoge diez versiones de canciones románticas que grabó «La Voz» en los años cuarenta y cincuenta

02 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Al final, Bob Dylan ha sido valiente. Se ha atrevido a llevar a cabo su capricho, el que le merodeaba en la mente desde hace años. Se titula Shadows in the Night y mañana saldrá a la venta. Supone el 36.º disco de su carrera de estudio. Compuesto por baladas clásicas americanas que en los cuarenta y cincuenta hizo inmortales Frank Sinatra, supone un giro inesperado. No se trata de la primera vez que tira de versiones. Ahí están Good as I Been to You (1990) y World Gone Wrong (1993), dos miradas a la tradición del folk americano del que partió en sus inicios. Ahora, sin embargo, ha apostado por un estilo que poco o nada tiene que ver con el resto de su trayectoria

De hecho, parte del morbo pasaba por saber cómo sonarían en sus manos esas piezas magistrales pensadas para gran orquesta y voz estelar. En ese sentido, el autor las ha llevado a su terreno, un lugar lejano a la pompa de lujo y diamantes de los originales. Respaldado por Garnier, Stu Kimball (guitarra), Donnie Herron (pedal steel, lap steel), Charlie Sexton (guitarra) y George Receli (batería), sus músicos habituales, se ha desecho del fantasma de Sinatra. Si a algo recuerda este álbum es, precisamente, a la última producción de Dylan.

Bob Dylan

 

Obviamente, las melodías eternas de piezas soberbias como Autumn Leaves o That Lucky Old Sun muestran su silueta. Pero, en conjunto, Shadows of the Night se acerca más a cosas como When the Deal Goes Down, aquella preciosa canción incluida en Modern Times (2008). Como en ella, la música mece al oyente con lentitud, las guitarras acarician sus oídos y las percusiones se presentan sutiles. Sin épica. Sin exhibiciones vocales. Sin telones orquestales. A poco volumen, suena mate y empastado. Subiéndolo, sin embargo, adquiere brillo. Y gana en cada vuelta.

El experimento, en general, funciona. Grabado en directo, con toda la banda junta sin ponerse los cascos, Shadows In The Night ofrece una nueva visión de ese romanticismo idealizado, repleto de lunas llenas y camas vacías, con la mujer amada flotando siempre en el ambiente. Para ella canta Dylan con la voz que le queda, sacando aristas de cada sílaba y jugando, sabio, al menos es más.

A veces se queda a medias. El ejemplo más claro se encuentra en Stay With Me, renqueante y hasta autoparódica. Intenta alcanzar sus curvas melódicas, sin llegar a dibujarlas completamente. Sobra. Afortunadamente, va seguida de Autumn Leaves y Why Try Change Me Now, llevando al oyente a un lugar ajeno a ese revival años cincuenta que explotó con Mad Men. No, más allá del amor a una música de una época, existe un artista devorando con su personalidad un cancionero clásico y dejando un capítulo más de su biografía creativa. Quizá menor, pero interesante.

Uno de los filones inagotables para la industria discográfica y editorial

Tras la travesía por el desierto de los ochenta y su paulatina recuperación en los noventa, Bob Dylan entró en el siglo XXI como un mito que combinaba pasado y presente como ningún otro. Discos como el magistral Time Out Of Mind (1997) y los primeros volúmenes de la Bootlegs Series (álbumes que recogían canciones inéditas y directos legendarios) sirvieron para ello.

Después, llegaría el primer volumen de la autobiografía del músico, Crónicas, volumen I (2004), y la película-documental No Direction Home (2005) de Martin Scorsese. Llevarían al músico a un estado de prevalencia total. La prensa musical lo colocaba de nuevo a las portadas, las nuevas generaciones se rendían ante sus clásicos y hasta la marca de gafas Ray-Ban reeditaba el modelo Wayfarer que tanto usó Dylan en los sesenta. De pronto, aquel cascarrabias que se había marginado tiempo atrás era el personaje total del rock contemporáneo y la apuesta segura para una industria en tiempos de crisis.

Difícilmente llenará estadios Dylan. En su última actuación en Galicia -Ifevi, Vigo, año 2008- reunió apenas a 7.000 personas. Pero logra llegar a ese público selecto capaz de pagar por su disco, comprar religiosamente el nuevo libro editado y verlo en directo cuantas veces pueda. Y eso, hoy en día, vale mucho más que un producto de temporada.

En ese sentido, los inmersos en el universo dylaniano han tenido paradas obligadas en los últimos meses. En noviembre se editaba el volumen número 11 de las bootleg series, recuperando las famosas cintas del sótano grabadas con The Band al completo, en seis discos muy esperados por su parroquia. También se publicó en España recientemente un libro muy recomendable. Se trata de La trilogía del tiempo y el amor, de Eduardo Izquierdo, que versa sobre sus tres últimos grandes discos editados: Time Out Of Mind (1997), Love And Theft (2001) y Modern Times (2008).