Tras la muestra de ejemplaridad en su género que nos ofrece el belga Michäel Roskam (conviene repescar el filme que lo puso en el mundo, la brutal y poética Bullhead), Gabe Ibáñez acomete en Autómata una ambiciosa incursión del cine español en el género fantástico. Su película, elogiable por la convicción con la que compite industrialmente con un presupuesto medio frente al coloso hollywoodiense, transita con respeto por las veredas reverenciales de los androides y las ovejas eléctricas, de la rebelión maquinista, de los replicantes sublevados. Y su apuesta por humanizar ese submundo de robots espartaquistas complotados con Antonio Banderas, la encamina Ibáñez, con poderosa impronta personal, hacia un desierto blanco con resonancias de western.