Denzel Washington se reencarna en Charles Bronson en San Sebastián

JOSÉ LUIS LOSA SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

El actor estadounidense se llena las manos de sangre en «The Equalizer»

20 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta 62ª edición del Festival de San Sebastián, a priori la más ilusionante de los últimos tiempos por el nivel de los nombres en su sección oficial, nos recibió ayer a tiro limpio. Bueno, a tiros es un decir. Cuerpos a degüello o desnucados, estrangulamientos tortuosos, uso de instrumental de carpintería para atornillar miembros en carne viva. No es sutil The Equalizer, título de este festín de ultraviolencia que nos presenta a Denzel Washington como reencarnación del espíritu del Charles Bronson de Yo soy la justicia, aggiornado de manera que su personaje es poco menos que un escaneador de la sangre. Un cyborg de humano ADN, secuela de una serie televisiva de los 80, que declara reinaugurada la Guerra Fría. Los rusos vuelven a ser el Mal (además ahora con tatoos de Rasputín) y -ecos de Crimea- el agente americano desmonta él solo toda la mafia exsoviética de Boston y New York y llega a tomar Moscú para cortarle la cabeza a la serpiente.

Todo es tan excesivo y acerbo en este show de vengador con disfraz autoparódico de buen samaritano que no se puede pensar en otra cosa que en su presencia aquí como contravalor para que Denzel Washington aportase lustre y aplomo a la gala inaugural, en la cual recibió el Premio Donostia. Sin duda, hay en la carrera del actor motivos mejores para merecer honores que la carnicería de The Equalizer. Sin ir más lejos, su director Antoine Fuqua, le brindó a Washington un memorable rol de teniente corrupto, Oscar incluido, en Training Day. Nada que ver con las salpicaduras de picadillo sobre las butacas del Kursaal de esta inauguración.

Rendida la libra de carne más cercana al corazón que reclamaba en justiprecio la presencia de la estrella, la competición de este año ofrece razones para pensar en un repunte del festival. Autores de primera en el panorama europeo como Mia Hansen-Love (Eden), Christian Petzold (Phoenix), Danis Tanovic (Tigers) o François Ozon -que ya ganó la Concha dorada hace dos de años con En la casa y ahora trae Une nouvelle amie- refuerzan una sección oficial que, en coherencia con la línea de los últimos tiempos, apuesta por el cine español de riesgo, sobre todo con la esperada Magical Girl, de Carlos Vermut, donde Barbara Lennie puede redondear su año de gracia, y con Loreak, primera película en euskera que entra en concurso en la historia del festival. El cine español más industrial lo representan La isla mínima, nuevo thriller del andaluz Alberto Rodríguez, tras su celebrada Grupo 7, y el film de ciencia-ficción de Gabe Ibáñez Autómata, con Banderas en un mundo de androides.

También en la pugna por la Concha de Oro estará la última película protagonizada por James Gandolfini, The Drop, con guion del gran Dennis Lehane; la doble representación latinoamericana con cinta argentina Aire libre, de Anahí Berneri, y la chilena La voz en off, de Christian Jiménez; el one man show de John Malkovich en Casanova Variation, las películas danesas Silent Hearts y A Second Chance, de los siempre académicos y buenistas Bille August y Suzanne Bier; el terror coreano de Haemoo y la segunda presencia francesa, además de la de Ozon, Cedric Kahn, con Vie Sauvage.

Y fuera de concurso, platos fuertes como lo nuevo de Isaki LaCuesta, Murieron por encima de sus posibilidades, y la polémica pregonada de Lasa y Zabala. Pienso en ello y agradezco que la cal viva sea una de las pocas aberraciones no utilizadas por el mattatore Denzel Washington quien, más que ocultar, disfruta exhibiendo a cuerpo serrano los cadáveres que va dejando en su bizarro sendero de redención.