Houellebecq anuncia su suicidio

josé luis losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

El actor teatraliza varias veces la situación, al borde de un precipicio o lanzándose de un coche en marcha

02 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Entramos en la sala, tras un día soleado, para visionar Near Death Experience, el último show performático del escritor y polemista Michel Houellebecq. En él anuncia en tonos apocalípticos el agotamiento de nuestra civilización y, en primer término, su próximo suicidio. Al salir de la proyección, sobre Venecia caen rayos y truenos y dos centenares de personas quedan retenidas en el Palazzo del Festival; entre ellas un tipo solitario y abstraído, el propio profeta Houellebecq, erigido en algo así como ángel exterminador capaz de volcar la benigna climatología hacia una noche del fin del mundo.

Near Death Experience, es la tercera experiencia de Houellebecq como actor y protagonista absoluto de una fórmula de cine-ensayo provocador que tiene cada vez más de espectáculo egotista, de exhibicionismo abierto. Y parece haberle tomado gusto el escritor a ponerse ante la cámara, porque en menos de un año lo hemos visto en El secuestro de Michel Houellebecq, que se estrenaba esta semana en salas comerciales, y ahora en Venecia, en un escenario cuasi lunático, un pedregal desierto por el cual se pasea embozado en la equipación camp de un ciclista de BIC. En este retiro como anacoreta, Houellebecq anuncia su deseo de suicidarse, de hecho teatraliza varias veces la situación, al borde de un precipicio o lanzándose de un coche en marcha después de haber hecho de pobrecito autoestopista. Entremedias, ha deslizado alguna que otra reflexión lúcida, se ha autoparodiado como estrella de rock setentera y ha resumido él mismo el balance del filme ombliguista y, a ratos, desopilante: «Demasiado tiempo dedicado a las palabras y demasiado poco dedicado a suicidarme». Así que, dado que el superhéroe de la provocación pseudofilosófica sigue vivo, es obvio que tendremos secuela.

La competición oficial ofreció la segunda película italiana en concurso, Il giovane favoloso, de Mario Martone. Se centra en el célebre poeta y prohombre de la nación italiana Leopardi. Imagino que los estudiosos del poeta y filósofo la hallarán magnética. Pero en pantalla todo resulta, plano, impoluto, adormecedor. Muy aplaudida, jugando en casa, es muy probable que esté en el palmarés. Fuera de concurso, el tributo a Frances McDormand, musa de los Coen, se orquestó en torno a una miniserie de HBO, Olive Kiteridge, en la que McDormand se reserva el mejor papel como corrosiva profesora de un pueblecito de Nueva Inglaterra y sus pequeñas miserias, con espárrines de lujo como Bill Murray o Richard Jenkins.

Vimos también algo firmado por el israelí Amos Gitai: Tisli. No me atrevo a llamarlo filme, ni siquiera obra. Un escenario único, un bosque, y un hombre y una mujer que, de vez en cuando se dicen algún monosílabo mientras se escuchan, de fondo, vientos de guerra. No lleva la firma de Samuel Beckett sino la de Gitai, siempre mimado por la Mostra. Y el capricho de sufrir este suplicio (la sala quedó menos que mediada tras un racional abandono en cadena) va a cuenta de los críticos más resistentes al fuego amigo.