Ríete tú de Adolf Hitler

antonio paniagua MADRID / COLPISA

CULTURA

<span lang= es-es >Antecedente</span>. Rudolph Herzog, autor del libro, rodó en el 2006 el documental «Heil, Hitler, el cerdo está muerto», en el que el dictador alemán ya era objeto de burla en escenas como esta.
Antecedente. Rudolph Herzog, autor del libro, rodó en el 2006 el documental «Heil, Hitler, el cerdo está muerto», en el que el dictador alemán ya era objeto de burla en escenas como esta. AFP< / span>

El escritor y cineasta Rudolph Herzog documenta en un libro los chistes y mofas que circularon en Alemania en tiempos de los nazis

09 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hitler tenía poca guasa y cara de pocos amigos. Pero su rictus avinagrado y sus atrocidades no evitaron, sin embargo, que la gente se riera, si no con él, al menos de él. No se puede decir que los alemanes, sobre todo si eran judíos, se lo pasaran en grande con el Führer, pero durante los 12 años que duró el Tercer Reich la gente no dejó de reír. Algunos chistes que circulaban entonces siguen teniendo gracia; otros, en cambio, son terribles por su antisemitismo y ferocidad. El escritor y cineasta Rudolph Herzog se ha atrevido con una tarea que concita no pocas suspicacias: documentar la comicidad en tiempos de la Alemania nazi.

En el libro Heil Hitler, el cerdo está muerto (Capitán Swing), Herzog recoge chanzas y mofas, caricaturas, películas y canciones de la época. A veces el régimen era indulgente y el gracioso salía libre con una simple amonestación; otras, tomaba el camino directo al patíbulo. Con todo, el trabajo de Herzog de testimoniar el lado cómico de la maquinaria del terror nazi ha provocado críticas furibundas. Los más susceptibles consideran que es una forma de trivializar el Holocausto.

La tesis de Herzog es que los chistes políticos constituían más bien «una vía de escape para la rabia acumulada del pueblo». La broma y el sarcasmo la cultivaban por igual los opositores de izquierda y los acólitos del nacionalsocialismo.

Si bien muchos alemanes acabaron levantando el brazo como un resorte y el gesto casi acabó sustituyendo al ?buenos días?, el saludo romano, copiado de la Italia de Mussolini, dio lugar a muchas burlas. Un botón de muestra: «Hitler visita un manicomio. Los pacientes hacen sumisamente el ?saludo alemán?. Pero de repente Hitler descubre a un hombre que no lo hace. ?¿Por qué no saluda usted como los demás??, le increpa. Y el hombre le contesta: ?Mein Führer, es que yo soy el enfermero, ¡yo no estoy loco!?».

Cuando en febrero de 1933 se incendió el Reichstag, Hitler y Göring no perdieron el tiempo y echaron la culpa a comunistas y socialdemócratas. Una versión que cayó en saco roto, pues pronto circularon chismes que atribuían a los gerifaltes nazis ser los causantes de las llamas.

Él tenía un humor banal

¿Pero cómo era el humor del dictador? Sus gustos iban más por los chistes vulgares y la diversión banal. Hitler y su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, frecuentaban los cabarés. Los artistas y actores que por un momento hacían que el sátrapa se desternillara tenían su recompensa: quedaban exentos del servicio militar si aparecían en la llamada lista del Führer. Entre los filmes que mofaron de Hitler, destacan El gran dictador, de Charles Chaplin, o la gran comedia antinazi Ser o no ser, de Ernst Lubitsch. Hoy la película es un clásico, pero en 1942 la cinta levantó ampollas. Que Hitler y sus esbirros aparecieran pintados como personajillos estúpidos, «pequeños burgueses sumisos que se habían transformado en asesinos», escoció a muchos.

Los chistes despreciativos que se prodigaron contra los dirigentes del Tercer Reich revelan que los alemanes no fueron en ningún caso víctimas pasivas de la propaganda, sino que eran conscientes del gigantesco fraude que estaban perpetrando Goebbels y sus secuaces. «Pero ello no evitó que su país se viera arrastrado en el transcurso de unos años por un torbellino criminal», concluye Herzog.