Excelente cine político de los Dardenne

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Naomi Kawase, candidata a la Palma de Oro con el lirismo zen de «Still the water»

21 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Los hermanos Dardenne vuelven a Cannes, donde, de ganar, serían los primeros en hacerse con tres palmas de oro. Y lo hacen con una película de combate ideológico urgente, Dos días, una noche. Este es el tiempo, el de un agónico fin de semana, con el que cuenta Marion Cotillard para ir haciendo frente, uno a uno, a sus compañeros de trabajo y rogarles que elijan renunciar a un bonus anual de mil euros a cambio de que ella no sea despedida. Esas horas de frenesí, de tragarse bidones de orgullo (y, en un momento de debilidad, un tubo de pastillas), son las de asumir que su clase, la de los obreros con una posición social históricamente reforzada, ahora vadean en el naufragio sindical, ante el derrumbe de sus derechos, y sobreviven en una posición angustiosa y, en consecuencia, insolidaria. Es la foto fija del tiempo y, en este momento de precarización de la existencia, los Dardenne son conscientes de la necesidad un cine más político que nunca. Su dispositivo fílmico, cámara en mano, consigue extraer a Cotillard, hoy por hoy la reina del glamur francés, de ese sitial, para someterla a esta salvífica ceremonia de la humillación, convertirla en Juan Nadie, con ojeras y sin maquillaje, casi irreconocible. Y en este proceso de depuración y de hermoso rearme vital personalizado araña Dos días, una noche la perfección de este ejercicio de cine perentorio para un tiempo de crueldad y desmoronamiento colectivo.

No hay sorpresa alguna con Naomi Kawase y su nueva película, Still the water, otro excurso por la cosmogonía poética de esta directora por cuyo mundo de sensaciones casi nunca me he sentido concernido. Pero entiendo que el problema es personal, que mi sensibilidad será la de una ostra y que llevarán razón todos los que estiman sublime su universo verde y su filosofía budista de todo a zen. En Still the water, Kawase retorna a los leitmotivs que la han hecho autora de culto: los lazos familiares, la aceptación de los dones o de los desastres, de la vida o la muerte, con idéntica armonía. Hay logros de indudable belleza como la relación de amor de los adolescentes o el ritual de la muerte de la madre de la protagonista. Y coproduce el catalán Luis Miñarro, hombre esencial de nuestro cine reciente, ganador ya de una Palma de Oro en el 2010 con el Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. No sería improbable que se repitiese, a la vista de la discriminación positiva hacia las mujeres cineastas que la presidenta del jurado, Jane Campion, ha manifestado abiertamente.

Yimou, el abuelo periclitado

Zhang Yimou es como ese abuelo que fue un héroe de su tiempo pero hace tiempo que periclitó y nadie se atreve a jubilarlo. En los festivales, Yimou es un bonsái incómodo. Cannes ha remitido a las sesiones especiales fuera de concurso su Coming Home, una antigualla relamida que utiliza los crímenes de la Revolución Cultural para montar sobre sus traumas una función melodramática de amor en tiempos del cólera. No cólera, sino prisa, tenían los críticos que abandonaban la sala en tropel.

La alfombra roja, además de Cotillard, era para el actor de moda Ryan Gosling, que se presentaba como director debutante con Lost River, un tenebrista cuento de hadas con Eva Mendes y Christina Hendricks. Arrasó Gosling en el apartado de hormonas y fangoria en la alfombra roja. Y es que hoy, a excepción del imbatible Clooney, Gosling es el balón de oro en estos menesteres.