El tamaño de nuestra soledad

CULTURA

18 abr 2014 . Actualizado a las 13:06 h.

El escritor ocupa el centro del mundo que crea. Y en ese epicentro se encuentra siempre solo. Da igual que ese universo literario se construya sobre la periferia de la periferia o que se adentren en él miles de lectores. Siempre será centro y en él habitará la soledad.

Gabriel García Márquez consiguió que esos miles de lectores gravitasen sobre esa periferia de la periferia: los olvidados, la selva, un continente que todavía se buscaba, y lo hacía en los relatos de sus escritores. El autor colombiano fue un género en sí mismo, con sus palabras y sus planteamientos. En compañía de una generación irrepetible, la del bum, reinventó su país y su continente, y de paso la literatura. El realismo mágico fue en sus textos el triunfo de la imaginación y de la fantasía, denostado por los ortodoxos de la realidad, aunque sus libros demostraban que los caminos de la fabulación eran tan válidos como los demás para llegar al corazón de las personas y las cosas. Porque tras ese envoltorio con la liviandad de lo onírico, se encontraba la ascendencia de la Historia colectiva y la encarnación común de los conflictos y aspiraciones individuales que supone la familia. Las sagas familiares, en su caso.

Y, luego, estaba el periodismo. Conviene no olvidar que el primer reportaje que publicó García Márquez, en El Espectador, trataba de las causas y consecuencias de un alud de tierra que se había llevado consigo un centenar de vidas. Esa condición de reportero ideal, de observador sagaz y administrador de los tiempos y las frases precisas, nunca abandonó unos textos que tanto podían vestirse con el brillo del relato como de la concisión del informador.

Inevitablemente, se le convirtió en un mito a la altura de los que él construyó en sus páginas. El portavoz de una generación, un país y un continente, el oráculo para incontables aspirantes a escritores, el intelectual que tanteaba las relaciones de equilibrio entre el poder y su independencia. Bajo todo ello, lo que resumió en una frase de su discurso del Nobel: «Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad». Era, en el fondo, el escritor que se ponía un buzo azul para encerrarse con folios y tabaco. Solo, en el epicentro de su universo.