Léa Seydoux y Vincent Cassel protagonizan «La Bella y la Bestia»

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

La adaptación presentada en la Berlinale es un vehículo lujoso para que la actriz se recupere de la batalla cruenta que le ganó Adéle Exarchopoulos en Cannes

15 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La megaestrella del cine francés Léa Seydoux llegó a Berlín para cerrar la sección oficial con una versión francoalemana de La Bella y la Bestia, dirigida por Christophe Gans, en donde el feo con graduación es Vincent Cassel. La adaptación es un vehículo lujoso para que la Seydoux recupere su rol de «estupenda» y comience a lamer las heridas de la batalla cruenta que le ganó Adéle Exarchopoulos en Cannes. La Bella con la que cerró telón el Palast es poco más que eso, un canto al «estupendismo» petardo de la Seydoux.

La competición quemó sus últimos cartuchos con la japonesa The Little House y la austríaca Macondo. Yôji Yamada ha sido un habitual del revival del cine de samuráis hasta que hace unos años descubrió que intentar reproducir copias casi amanuenses del molde clásico del maestro Ozu era un filón que colaba internacionalmente muy bien. Llegó a la cima de la clonación con Una familia de Tokio, una irritante calcomanía que hasta vendió gato por liebre en las gangas de la Seminci.

Con The Little House, Yamada continúa anclado en ese clasicismo coloreado, aunque al menos se le agradece que el guion sea original, y eso hace que veamos con menos desgana el melodrama cursi de familia nueva rica , de infidelidad femenina, sirviente fiel, todos arrastrados por el viento de la Segunda Guerra Mundial. No deja de ser un cromo ñoño, con música redundante y tontería de folletín, un Amar en tiempos revueltos amanerado.

La última de las cintas en concurso, Macondo, de Sudabeh Mortezai, es película del subgénero de niños atribulados, pero posee fuerza, personalidad propia. Su mirada sobre la inmigración chechena permite entrar en las peculiaridades de una población marcada por la guerra y el integrismo musulmán. Y a través de la mirada de su protagonista se atisban los estigmas que de vez en cuando detonan en forma de terrorismo en la Unión Soviética.