Linklater filma en doce años el paso de la niñez a la adolescencia

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Linklater, con su hija y los actores Coltrane y Arquette.
Linklater, con su hija y los actores Coltrane y Arquette. T. SCHWARZ < / span>reuters< / span>

La cinta «Boyhood» se lleva la mayor ovación de la Berlinale, en un día en el que destacó también la vital cinta china «No Man's Land»

14 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Boyhood, presentada por Richard Linklater en el Palast, es, además de un filme más que notable, una experiencia artística y vital fascinante y minuciosa. Su insólito método de rodaje nos ofrece la oportunidad de asistir al crecimiento de un personaje de ficción y, simultáneamente, de modo real, biológico, al de su joven actor, Ellar Coltrane, al cual Linklater comenzó a filmar hace doce años, cuando tenía seis, continuando el rodaje un par de veces cada año, hasta el presente. De manera que lo que vemos, esa maduración del crío y de su hermana (en la vida real, la hija del propio director), se va produciendo como una metamorfosis prodigiosa ante nuestros ojos. Linklater termina de revelarse así como feraz investigador de la huella o de la herida del tiempo, ya que el pasado año presentó en la Berlinale Before Midnight, tercera entrega de las citas consigo mismos de Ethan Hawke y Julie Delpy, pareja emocional que arrancó su vida cinematográfica en 1995.

El mismo Ethan Hawke ha participado en el proyecto de Boyhood, interviniendo en esos intermitentes rodajes de doce años, en el rol del padre de los dos hermanos a los que vemos sobrellevar con naturalidad la separación de sus padres -la madre es una rescatada Patricia Arquette-, la violencia íntima de algún padrastro, los primeros escarceos amorosos y la primera ruptura, las compartidas tardes de videojuegos, de béisbol o de guitarra, el guiño a Harry Potter, el otro caso, aunque bien diferente, de niño al que hemos visto crecer en la pantalla.

Y más allá del de por si revolucionario experimento, Linklater extrae de su perseverante tarea una alquimia preciosa, la del fluir liviano de la existencia. Ese crecimiento real, palpable de sus personajes, que impregna la pantalla de verdad, de capacidad de aprehender las sensaciones y el tiempo, convierte Boyhood en una obra de colosal valor creativo a contracorriente, en la era de la brusca inmediatez. Así lo confirmó la mayor ovación escuchada este año en el Palast al término del filme.

Vital «No Man's Land»

Otra prueba, aunque de menos entidad, de la vitalidad de la sección oficial la da la china No Man's Land, un energético cóctel en el que parecen agitarse los Coen y Sergio Leone, Mad Max y Carretera al infierno, el Coyote y Correcaminos. Las dos horas de metraje, contadas on the road, en un crescendo de violencia, persecuciones y venganzas, son un torrente de adrenalina sin detención. Un desierto polvoriento, entre el spaghetti-western y el cine apocalíptico, es el escenario en el cual su director, Ning Hao, despliega un poderoso ejercicio de dominio del ritmo y el montaje.

Para quien el tiempo sí ha pasado -y ha hecho mella- es para Ken Loach, que recibía ayer el Oso de Oro a una carrera. Los méritos innegables de este autor con su cine de autodefensa en los años del thatcherismo rigorista, hace ya casi dos décadas que han dejado paso en su cine al amaneramiento, el autoplagio, incluso a la demagogia, el peor daño que se le puede hacer al arte comprometido.