«71», obra maestra sobre la década de plomo en Irlanda

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Yann Demange firma un palpitante «thriller» de denuncia del odio

13 feb 2019 . Actualizado a las 18:56 h.

Después de la división de opiniones respecto al Grand Hotel de Wes Anderson, el cine inatacable, de entidad no expuesta a discusión, no se ha hecho esperar en esta 64.ª Berlinale. La película británica 71 es un soberbio ejercicio de cine político construido sobre una estructura de thriller palpitante, una orgía de violencia y sinrazón que se interna sin miedo a enlodazarse en las sentinas de la violentísima Irlanda de los setenta, en la década de plomo y en sus cañerías más infectas. Su director, Yann Demange, brinda una lección de pulso insólita en un cuasi debutante y nos mete de bruces en el infierno del Ulster, donde un soldado británico, descolgado de su grupo, queda expuesto al linchamiento de una jauría humana, una caza del hombre por el hombre que Demange convierte en angustiosa lucha por la supervivencia, inyectada de una adrenalina de montaje que parece convertir Belfast en la Somalia de Black Hawk derribado, y poseída de una inusitada y frenética deshumanización que deflagra en sucesivas convulsiones de crueldad que me provocan terror en estado puro.

Ese vía crucis filmado en un nocturno sangriento y casi en tiempo real, va dejando, sin que sus soplos directos al corazón se mitiguen, una denuncia del terrorismo de doble dirección que se eleva como denuncia de los conflictos emponzoñados que supuran los nacionalismos, las religiones, los centuriones tribales. Y así, alcanza tal diáfana altura ese discurso que, igual que funciona como la mejor reconstrucción nunca filmada de la memoria del horror del conflicto civil irlandés, parece escrito pensando en la situación actual de Siria o cualquier otra donde se masacre en nombre de fe o de banderas.

71 es ya firme candidato a Oso de Oro y solo se me ocurre como razón que se lo arrebate que resulte indigerible para algún miembro del jurado que no soporte este dantesco paseo por la fragua putrefacta donde el hombre deviene bestia.

Two men in town es remake del clásico francés del polar de Jose Giovanni del mismo título, Dos hombres en la ciudad, encarnados por Jean Gabin y Alain Delon. Aquí, el franco-argelino Rachid Bouchareb traslada la acción a Texas, pero su reconstrucción de la historia de la imposible redención de un ex-presidiario se respira desalentada, postiza, incapaz de transmitir verdad o fatum de tragedia. Forest Whitaker no puede sacar adelante su personaje de santón (ni el caprichoso añadido con respecto al original de su conversión al islam) y solo ese actor rocoso que es Harvey Keitel salva su rol de sheriff vengativo de la quema de esta obra olvidable y pretenciosa.

El tercer filme a concurso, Jack, del alemán Edward Berger, tiene como protagonista a un menino da rua... en Berlín. El actor defiende con fiereza su trabajo pero la película remite demasiado a un cine de fórmula, el de las desgracias infantiles cámara en mano, deudora cansina de los hermanos Dardenne.

Finalmente, ayer la Berlinale anunció un improvisado homenaje a Philip Seymour Hoffman.