Barenboim, el vinilo y la civilización

César Wonenburger

CULTURA

27 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Vuelve Barenboim a dirigir el tradicional concierto de Año Nuevo y vuelve también el vinilo. Lo que más sorprende de este regreso no es el hecho de que el aún responsable musical de La Scala sea invitado de nuevo, veinticinco años después de su primera colaboración, por la más democrática de las orquestas, aquella que posee el raro privilegio de escoger a los directores con los que desea trabajar, la Filarmónica de Viena. No, lo que más llama la atención es que Sony, el sello discográfico encargado de poner en el mercado, unos días después, la grabación del concierto con la mayor audiencia del planeta, anuncie que además de los formatos a los que nos tenía acostumbrados últimamente, recupera el vinilo.

Vuelve el vinilo, al tiempo que en Madrid vuelven a venderse discos como a todos los románticos nos gusta, en una tienda de las de toda la vida, mientras en Betanzos se despachan libros en un nuevo espacio. Cerca del Teatro Real ha abierto La quinta de Mahler, un oasis para melómanos. Podrá decirse que estos retornos no son más que vanos intentos de rentabilizar la melancolía, bienvenidos sean en cualquier caso. Pero lo cierto es que cuando se creía ya que los elepés eran unas antiguallas y las tiendas de discos un vago recuerdo del siglo XX, aquí están otra vez. Lo mismo que los libros no mueren (estos días conviene leer a Salvador Pániker y su Diario de otoño) y el cine mantiene su inmarcesible vitalidad (La gran belleza, de Paolo Sorrentino, nos reconcilia ahora con lo mejor del cine italiano, una obra maestra que no desmerece a Visconti ni a Antonioni).

Son gestos, son detalles, pero en la despedida de un año terrible para la cultura, especialmente en España, donde se la persigue con saña desde las propias instituciones que deberían velar por la formación de ciudadanos críticos, hay signos esperanzadores de que la civilización se resiste a ser definitivamente destruida. Y regresando al punto de partida: uno de ellos, sin duda, es la pervivencia de esta tradición surgida más o menos allá por 1939, que consiste en dejarse seducir, cada primero de año, por la calidez aterciopelada de las cuerdas de la filarmónica vienesa, y esos sonidos de otro tiempo que suelen hablar de paraísos imaginarios en los que no había espacio para la vulgaridad.