Pérez-Reverte mete el grafiti en el DRAE

M. L. MADRID / COLPISA

CULTURA

El escritor presenta «El francotirador paciente», que le permite retomar «las armas y los trucos del reportero de guerra» para adentrarse en el mundo del arte

28 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) regresa a territorio comanche. Lo hace con El francotirador paciente (Alfaguara), novela que le permite retomar «las armas y los trucos del reportero de guerra» para adentrarse en el grafiti. Los grafiteros -«nunca artista urbanos»- le han dado su beneplácito como «tipo legal» y él se la ha jugado con ellos. «He cogido una lata [aerosol] y les he acompañado a verles hacer metros en unas chapas» [pintar un vagón] arriesgándose a ser pillado en un túnel, pero «no he dejado mi tag» [firma]. Ni juzga ni condena o aprueba. Cuenta cómo es su mundo, «su épica y su ética», y los anhelos de unos seres singulares «que se tienen por escritores, y los son: muchos con más lectores que yo». Un colectivo en que hay «vándalos, terroristas urbanos y quienes dan el paso a la legalidad y se convierten en artistas integrados».

A caballo entre el thriller y la reflexión documental sobre un mundo en crisis, regala una novela trepidante sobre la venganza y las vergüenzas del arte, mostrando la cara más sucia del mercado. «Mis lectores me hacen libre y no me debo a nadie», dice, feliz por «ser independiente» y no tener que morderse la lengua «por nada ni con nadie». Por eso, «además del papanatismo y las estafas orquestadas del arte contemporáneo», puede denunciar «el desmantelamiento cultural que sufrimos en España; una canallada no tiene perdón de Dios» y afear a Rajoy «su vivo desinterés por la cultura». «Hemos visto al presidente en el fútbol, con los ciclistas, haciéndose fotos con Alonso y con los campeones de las motos. Tiene tiempo para eso, que da votos, pero no hay foto de Rajoy, ni una en dos años y medio, en un cine, un teatro, en la ópera o en la Academia, donde hace tiempo que ha sido invitado». «Demuestra el talante del Gobierno con la cultura, y me hace temer lo peor», lamenta advirtiendo que es «un escritor, no un intelectual, palabra que me produce urticaria». «Tengo la fortuna de tener la vida resulta, y poder decir lo que pienso y no callar, como hacen tantos por miedo a perder lectores o favores». «Es algo que nos podemos permitir muy pocos y sería un vileza callarme», dice citando a Marías y Vargas Llosa. «Solo me debo a mis lectores, quienes me hace libre; mi único miedo es traicionarlos con una novela que no está a la altura», sentencia.

Admite que tiene «más de francotirador que de impaciente» al defender una novela que escrito con «con pasión» y lo ha tenido un año largo metido de lleno en el submundo del grafiti. Un término que gracias al académico estará en la próxima edición del DRAE, la 23.ª del diccionario de la Academia.