James Gray, candidato a premio en Cannes con «The Immigrant»

josé luis losa CANNES

CULTURA

James Gray, en el centro, con los actores Jeremy Brenner y Marion Cotillard.
James Gray, en el centro, con los actores Jeremy Brenner y Marion Cotillard. REGIS DUVIGNAU < / span>reuters< / span>

Con Joaquín Phoenix y Marion Cotillard, narra la emigración a EE.UU.

25 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La recta final de esta 66.ª edición de Cannes va dibujando una curva ascendente, y si ayer fue La vida de Adele el filme que, contra pronóstico, se hizo con el certamen, esta penúltima jornada deparó otra película fastuosa, The Immigrant, de James Gray, aunque en este caso ya se esperaba lo mejor de este autor al que Cannes ha consagrado al programar con fidelidad ciega sus tres últimas obras, The Yards, We Own the Night y Two Lovers.

En The Immigrant, Gray repite género, el melodrama sin ambages, y también actor-fetiche, Joaquin Phoenix. Junto a él, Marion Cotillard y Jeremy Brenner conforman el triángulo de tensión emocional de una historia ambientada a comienzos del siglo XX que comienza con el desbarrancadero del llamado sueño americano, la isla de Ellis, donde llega Cotillard, emigrante católica polaca, y muy pronto va oscureciéndose hasta afirmarse en ese territorio próximo a la tragedia griega al que se acerca Gray, nombre primordial de la última década del cine norteamericano, aunque tenga solo 43 años. The Immigrant se muestra, en su primera parte, más académica y contenida que el cine anterior de Gray. Y su pulso crece en la medida en que Marion Cotillard adquiere inequívoco perfil de mística madonna. La película entra de lleno en la lista de favoritos a la Palma de Oro, donde el primer puesto en las quinielas sigue siendo para La vida de Adele.

A la otra película presentada ayer en competición, la alemana Michael Kohlhaas, en la que el director francés Arnaud des Pallières adapta libremente el texto de Heinrich Von Kleist, hay que reconocerle el rigor con el que configura en la pantalla la atmósfera, el diseño artístico de lo que debió ser el brutal siglo XVI en Centroeuropa. Lo que pasa es que dramáticamente, la historia del mercader de caballos, el hombre justo, que se revela contra la injusticia de un noble, sufre de rigor mortis. Plúmbea, estólida, con el omnipresente actor danés Mads Mikkelsen (¿de dónde sacará este hombre, actor stajanovista que aparece igual en un James Bond que en una de vikingos, tiempo para estar con la familia, ver futbol o jugar al mus?) en el papel del justiciero Kolhaas. Por no elevar el tono monocorde del asunto, el director se ahorra hasta los estallidos de violencia que sí marcaban el texto de Von Kleist. Y, a estas alturas de festival, con la retina al límite, es una flagrante invitación a la fea costumbre de dormirse en la butaca. Eso sí, si se hace, vale la pena despertar a tiempo para no perderse la episódica intervención de Sergi López hablando en catalán, un surrealista verso suelto que, si esto fuese Intereconomía, invitaría a pensar en teorías conspiratorias fabricadas en Barcelona.