La madre de Zeus

CULTURA

10 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuentan que hubo un tiempo en que la Gran Vía era Nueva York. Sacaba pecho a la sombra de sus rascacielos castizos y desde los ventanales de la torre de Telefónica los mirones multiplicaban las dioptrías escrutando el canalillo de las actrices las noches de estreno. Luego llegaron los trileros, las stock options y las burbujas casposas y la vía se achicó, a la sombra del fiasco financiero. Pero la antigua cañada de trashumantes y ovejeros volvió ayer a sacudir las bolas de naftalina de sus alfombras para tenderlas al paso de Saritísima, que se paseó de nuevo por Callao, al pie de los antiguos cines y teatros donde lució en los cartelones de los cincuenta toda la piel que dejaba enseñar la estéril censura del franquismo. Esta vez Sara viajaba a lomos de una limusina fúnebre.

Pero los devotos de la Montiel no habían bajado a la acera para despedir a un ataúd, sino a un mito. Unos, al icono sexual de su reprimida adolescencia, el mismo que se desparramó con las carnes tuneadas en la portada de Interviú. Y otros, sobre todo otras, a esa mujer libre e indomable que hizo siempre lo que le vino en gana y que lo mismo se ventilaba a un Nobel que le pegaba un morreo a Gary Cooper o aprendía el arte ocioso de fumar vegueros mano a mano con el macho alfa Hemingway.

Saritísima fue, por agallas y partida bautismal, la madre de Zeus. Y como Rea, o su prima Cibeles de la rotonda del Banco de España, tenía su toque de diosa griega, deslenguada y saltimbanqui. Pero antes de la telebasura, el chismorreo y el cubano, Sara fue de celuloide y así la despidió ayer la Gran Vía, que en realidad nunca fue Nueva York. Solo su remedo ibérico.