Fernando Guillén, el galán de la voz cálida y la dicción perfecta

Efe

CULTURA

El actor ha fallecido a los 80 años en Madrid

17 ene 2013 . Actualizado a las 20:35 h.

Una voz que podía doblar un western para Pedro Almodóvar y una gallardía que le convirtió en un Don Juan crepuscular para Gonzalo Suárez, además de unos genes que alumbraron el clan Guillén Cuervo. Fernando Guillén, el galán de la voz cálida y la dicción perfecta, ha muerto a los 81 años en Madrid.

Como muchos actores de su generación, Fernando Guillén se tuvo que conformar con una industria cinematográfica más bien pobre y nutrir su prestigio en el teatro durante los años de la dictadura, pero emergería para la gran pantalla en los años ochenta con algunas interpretaciones deslumbrantes.

Pero el hombre que volvía locas a todas las Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, o la interpretación que le dio el Goya, la del pictórico y decadente Don Juan en los infiernos del siempre poético Gonzalo Suárez, son solo la punta del iceberg de una amplia carrera premiada con la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1007 y la del Mérito al Trabajo desde el 2007.

Fernando Guillén Gallego nació en Barcelona el 29 de noviembre de 1931, pero pronto se trasladó a Madrid, donde recibió su formación.

Primero pensó en recitar ante un tribunal como abogado, pero pronto cambió sus estudios de Derecho por las clases de declamación en el Real Conservatorio de Madrid, sin renunciar, eso sí a pertenecer a la compañía teatral de su antigua facultad.

Ya entonces, recién abandonado el instituto, coincidió con dos nombres importantes en su filmografía, Gonzalo Suárez y el actor Agustín González, con quienes representó «El momento de tu vida» de William Saroyan, y en aquella época fue curtiéndose con obras como «Tres sombreros de copa» y «Escuadrilla hacia la muerte».

En sus arranques teatrales aún encontraría más compañeros que se convertirían en grandes figuras, pues eran también los primeros pasos para Fernando Fernán Gómez o Nuria Espert, y en el cine fue José María Forqué quien le descubrió en «Un día perdido» (1953).

Mientras el séptimo arte le reservaba títulos del tipo Las de Caín, La decente o Vente a Alemania, Pepe, en el teatro formaba en 1969 compañía con su mujer, Gemma Cuervo.

En lo profesional abordarían autores como Edward Albee, Jean-Paul Sartre, Buero Vallejo o Lope de Vega. En lo personal, alumbrarían dos futuros actores, Cayetana y Fernando Guillén Cuervo, y una hija más, Natalia.

Pero ni en las tablas ni en el celuloide, la popularidad de Fernando Guillén comenzó a hacerse efectiva gracias a la televisión recién acabada la dictadura, especialmente con La saga de los Rius, así como en la primera realización de Pilar Miró, Lilí.

En los ochenta llegó su momento en la gran pantalla. Asalto al Banco Central, de Pedro Costa, o La estanquera de Vallecas, de Eloy de la Iglesia, reivindicaron al galán para el nuevo cine quinqui. Y entonces aparecieron sus tres directores clave: Pedro Almodóvar, Gonzalo Suárez y José Luis Garci.

Con el primero, además de Mujeres al borde de un ataque de nervios, trabajó en La ley del deseo, ¡Átame!, Tacones lejanos y Todo sobre mi madre, en la que se reencontró con Fernando Fernán Gómez, que también le dirigió en El mar y el tiempo.

Con Suárez llegó al Goya con la citada Don Juan en los infiernos, y con el tercero desarrolló una gran amistad y una fructífera relación profesional. «La herida luminosa», El abuelo (donde coincidió con su hija Cayetana), You're the One y Sangre de mayo en la gran pantalla, pero también compartieron tertulias en el programa ¡Qué grande es el cine!, en el que Guillén compartió su cinefilia con miles de espectadores.

Todo ello, sin dejar de escuchar a las nuevas voces del cine español, pues estuvo en los debuts de alguno de los directores más importantes hoy en día: en el de Isabel Coixet en Demasiado viejo para morir joven o el de Álex de la Iglesia en Acción mutante.

Fue vicepresidente de la Academia de Cine y al Goya se acercaría en dos ocasiones más: en La noche oscura, de Carlos Saura, y ya en el siglo XXI, con Otros días vendrán, de Eduard Cortés, en el 2005. Y es que Fernando Guillén estuvo en la brecha hasta el final.

De sus queridas tablas se despidió a conciencia en mayo del 2007, con El vals del adiós, de Louis Aragón, estrenada en el teatro Español de Madrid.

Y del cine, con hermosa discreción, pues dejó como canto de cisne un delicadísimo corto dirigido por otra nueva voz, Celia Rico Clavellino, y que con el título de Luisa no está en casa se pudo ver en la Mostra de Venecia el pasado septiembre.