Las «giocondas» se ven las caras

La Voz COLPISA | ANTONIO PANIAGUA

CULTURA

Los franceses son muy reacios a una restauración ante el temor de que levantar la capa de barniz arruine los pigmentos

26 mar 2012 . Actualizado a las 23:04 h.

La exposición, a partir del jueves, de la Gioconda del Prado en el Louvre de París puede abrir de nuevo el recurrente debate sobre si la obra de Leonardo Da Vinci ha de someterse a un proceso de limpieza.

Si los visitantes de la pinacoteca madrileña quedaron asombrados por la luminosidad del lienzo, pintado por un discípulo aventajado de Da Vinci, seguro es que el mismo deslumbramiento experimentarán los franceses. Por descontado surgirán voces a favor del rejuvenecimiento de la Mona Lisa, aunque a los franceses les espanta que la retirada de los barnices se lleve por delante parte de los pigmentos originales.

El Museo de Louvre acogerá del 29 de marzo al 25 de julio la Gioconda de Madrid dentro de una exposición que lleva por lema La última obra maestra de Leonardo da Vinci. Santa Ana. El colorido portentoso de la Gioconda madrileña contrasta con los tonos más apagados de su hermana parisina, oscurecida por la oxidación de los barnices que se le aplicaron para proteger la pintura. En octubre del 2004 la obra maestra de Da Vinci fue sometida a un minucioso estudio. Entontes se le hicieron radiografías, reflectografías por infrarrojos, digitalización en 3D y un sinfín de pruebas.

En Francia, cada cierto tiempo, resurge el debate entre los partidarios de «lavarle la cara» a la Mona Lisa y los defensores dejar las cosas tal y como están. Los que abogan por no alterar la tabla o hacer los mínimos retoques esgrimen el argumento de que levantar la capa de barniz verdusco que recubre el cuadro desde hace cuatro siglos comportaría daños irreparables. Los expertos sostienen que la película de barniz y los pigmentos originales se hallan tan íntimamente entreverados que eliminar las sustancias resinosas haría que se despegasen los colores empleados por Da Vinci. Sin embargo, hoy en día las técnicas de restauración son muy poco invasivas, por lo que una hipotética restauración depende más de posturas tomadas de antemano que de criterios técnicos.

El cuadro del Louvre, al que Leonador dedicó no menos de 10.000 horas de trabajo, es por ahora una obra oscura, por no decir lúgubre, que muestra a una mujer vestida con ropas de un color vago, tirando a marrón oscuro. Para algunos, este tinte mortecino de la pintura no cuadra con las intenciones de Leonardo. A finales de los años 90, cuando se retiró el marco, se apreció que los pocos centímetros ocultos por la madera estaban dotados de un brillante colorido. No en vano, el traje que luce Lisa Gherardini debió ser rico y lujoso, con mayor riqueza cromática que el pobre atuendo que cubre a la dama. Sobre todo si se tiene en cuenta que el encargo del retrato -quizá el cuadro más reproducido del mundo- partió del esposo Lisa Gherardini, el adinerado comerciante florentino Francesco del Giocondo.

Quienes contemplen la Gioconda «bis» no tendrán que soportar las incomodidades que aguantas quienes quieren ver el original. En la actualidad, los admiradores de Mona Lisa se arraciman tras un grueso cristal que protege la obra de los accesos de furia del público o de la adoración de sus incondicionales. No en balde, son muchos los atentados que ha sufrido el cuadro, el último en agosto del 2009, cuando una turista le arrojó una taza de té. Y en cuanto al robo no es una mera hipótesis: el cuadro fue sustraído en 1911, un suceso que paradójicamente contribuyó a acrecentar su popularidad.

Aunque las pasiones que suscita la Gioconda son relativamente recientes -su verdadero descubrimiento se produjo en el siglo XIX, en pleno Romanticismo- la tabla ha suscitado la inspiración de una legión de artistas. Desde Duchamp a Dalí pasando Andy Warhol son muchos lo que no han podido escapar al hechizo de la dama con la sonrisa más enigmática del mundo.