Muere Gonzalo Rojas, el poeta que «respiraba poesía»Relámpagos en la noche

miguel lorenci Ana Abelenda MADRID / COLPISA

CULTURA

Premio Cervantes 2003, era uno de los autores chilenos más importantes

26 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

EEl luto se mezcló con la alegría en el arranque de la semana grande de las letras españolas, que se dolían por la muerte del poeta chileno Gonzalo Rojas, a los 93 años, en vísperas de la entrega del Cervantes a Ana María Matute. Rojas, ganador en el 2003 de la vigésima octava edición del Premio Cervantes y premio Reina Sofía en 1992, era tenido por «un poeta químicamente puro que respira poesía» según el jurado que lo premió hace casi un decenio. La pureza y la intensa singularidad de su vitalista voz poética respiran una «honda raíz hispánica» que lo conecta con otros grandes poetas americanos. Cantor del mar, los relámpagos y el viento, era el poeta más importante de Chile después de Neruda y junto al antipoeta Nicanor Parra, que le sobrevive.

Rojas, que tendió puentes entre la modernidad y la tradición hispánica más rica, murió en su casa de Chillán. Llevaba casi dos meses en estado muy grave, tras sufrir un infarto cerebral el pasado 22 de febrero. Entonces trabajaba en unas memorias que no quería publicar hasta después de su muerte.

Nacido en 1917 en el puerto de Lebu, industriosa localidad minera a 500 kilómetros al sur de Santiago, Rojas era hijo de minero. Huérfano desde la infancia, la muerte de su padre a causa de una explosión de gas grisú cuando tenía cuatro años lo marcó definitivamente. De aquella trágica experiencia aprendió «más cosas que en todos los manifiestos», dijo el poeta, que sintió el poder y comprendió el significado del «relámpago» con seis años. Rojas pasó su infancia en un internado de los Jesuitas de Concepción, donde afianzó su vocación de poeta de oído, musical, urgente y viajero.

Profesor y diplomático

Profesor en varias universidades hispanas y norteamericanas, fue también diplomático y desempeñó cargos en China y Cuba con el gobierno del Salvador Allende. El golpe de Pinochet en el 73 lo condenó al ostracismo y a un exilio de seis años.

Autor de una treintena de libros, entre los que se cuentan La miseria del hombre, Del relámpago y Las hermosas, se adscribió a la denominada Generación del 38, en una facción llamada Mandrágora y caracterizada por sus conexiones con el surrealismo. Pronto se desmarcaría Gonzalo Rojas de sus compañeros, a los que consideraba «excesivamente afrancesados». Seguidor de la mejor tradición americana, el propio poeta reconocía a sus grandes referentes: «Vallejo me dio el despojo, Huidobro el desenfado, Neruda el tono respiratorio y Borges el desvelo», enumeraba. Se le tenía por el gran heredero de la vanguardia americana, dueño de un lenguaje más que personal y afianzado sobre la tradición popular.

ra un hombre de mar, como Neruda. Y como el nobel, solía llevar la cabeza (y la conciencia) cubierta por una gorra que lo acompañó incluso a la ceremonia de entrega del Cervantes, que recibió en el 2003. Esa gorra marinera, bajo la que bailaban nombres queridos, muertos a caballo y mujeres como diosas en la piel de leonas, cuadró bien con la sobria elegancia del chaqué con que recogió el premio. Del mismo modo que su poesía, de hechura clásica y amante del sonido de las palabras grandes, da chance al juego del erotismo y la ironía, al sentido del amor y del humor que distingue a los poetas. «Todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad», dice, risa amarga, en uno de sus poemas. Sus versos nos confían que nació en el rigor de la pobreza y la tristeza, y que «no hay epitafio que escribir en cuanto a su suerte». La del relámpago capaz de romper el negro de la noche y perdurar en el cielo del papel.