Alrededor de 160 creaciones, procedentes de colecciones privadas e institucionales, se dan cita desde ayer en el museo Guggenheim de Bilbao, trazando la historia del arte producido, entre el año 1918 y 1936, en Alemania, Francia, Italia y España, así como su vinculación a una sociedad marcada por la aciaga experiencia de la Gran Guerra y el ascenso progresivo de los fascismos.
Organizado en espacios temáticos, el montaje se inicia con una obra de Otto Dix que representa los horrores de la guerra, para continuar con la actitud de artistas como Picasso, Léger, Laurens, Morandi, De Chirico, Balthus? ante el punto de inflexión que obliga a revisar plástica y conceptualmente la estética contemporánea.
El propio título, Caos y Clasicismo, ofrece las primeras pistas del argumento expositivo, que el comisario americano Kenneth E.Silver ha contado con claridad partiendo de la necesidad que en aquel momento tienen los creadores de «una vuelta al orden» a través de la pintura, la escultura, la fotografía, el cine o incluso el diseño y la moda.
La tradición grecorromana y el Renacimiento brindan la inspiración precisa para llevar a cabo obras de carácter figurativo, técnicamente admirables, serenas, delicadas, limpias y, sobre todo, hermosas. La filosofía neoplatónica se esgrime como revulsivo ante el abatimiento nacido al albur del desastre bélico, lo que lleva, al mismo tiempo, a enfrentarse a la modernidad de preguerra personificada por el cubismo, futurismo, expresionismo y dadaísmo.
La exposición, patrocinada por la Fundación BBVA, descubre no solo las heridas abiertas del arte de la época y los cambios dados dentro de movimientos como la Nueva Objetividad, sino también constata cómo las propuestas que en un principio habían surgido arropadas por la bondad de una belleza existencial acaban en las manos de Mussolini y Hitler utilizadas como arma política.