«Hannah y sus hermanas», cumple 25 años sin sentir el paso del tiempo

EFE

CULTURA

La película, con guión original de Woody Allen (para algunos, el mejor de su extensísima carrera), mantiene el nivel en sus diálogos existenciales .

06 feb 2011 . Actualizado a las 17:50 h.

Hanna y sus hermanas», una de las más aclamadas películas del cineasta norteamericano Woody Allen, cumple mañana 25 años desde su estreno en Estados Unidos.

Y cumple 25 años sin sentir el paso del tiempo, salvo quizá por las enormes gafas de pasta de Michael Cain, su gabardina con cuellos de piel; por el flequillo de Mía Farrow y sus rizos tan a la moda en los ochenta, y su camisa de lunares; por los modelos de los coches aparcados en las calles de Manhattan.

Pero «Hanna y sus hermanas», con guión original de Allen (para algunos, el mejor de su extensísima carrera), mantiene el nivel en sus diálogos existenciales y en los graciosos análisis psicológicos que los propios personajes tejen desde el más reconocible sentido del humor marca Woody Allen.

Pues a pesar de aquellos diálogos tan precisos, tan «polite», tan hilados, tan sencillos y cotidianos, la película se mantiene y ha pasado a la historia por el verso final de un poema de E.E.

Cummings: «Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas». No es para menos.

Contada en forma circular, en el periodo que transcurre entre un día Acción de Gracias y el del año siguiente, la película se divide en dieciséis partes que se anuncian con un breve rótulo, como las antiguas novelas. De hecho, según contó el propio Allen, la idea de llevar a cabo de esa manera el guión se lo sugirió la lectura de Ana Karenina, de León Tolstoi.

Cuenta las historias entremezcladas de Hannah (Mía Farrow, a la sazón, compañera sentimental de Allen en aquellos momentos) y de sus hermanas pequeñas, Lee (Barbara Hershey) y Holly (Dianne Wiest).

Hannnah, perfecta esposa, madre y actriz de éxito, está casada con Elliot (Michael Caine, que cobró la mitad de sus honorarios habituales), en el papel de un próspero asesor financiero; Lee vive con Frederick (Max von Sydow), un pintor mayor y excéntrico al que adora, pero no ama; y Holly, una adicta a la cocaína, soltera, neurótica y con complejo de inferioridad.

La trama se complica cuando Elliot y Lee se enamoran y mantienen un idilio a espaldas de Hannah, a quien tanto uno como el otro temen defraudar irremediablemente.

A la vez, se cuenta la historia de Mickey (Woody Allen), ex de Hannah, un guionista de televisión hipocondríaco que, convencido de estar a punto de morir, cae en una crisis existencial que le lleva a cuestionarse la fe, el sentido de la vida y la razón de ser del sexo y del amor.

A todos les une un sentimiento común: la búsqueda de la felicidad.

La película es, además de un retrato colectivo, un canto a Manhattan, que Allen ya había abordado en 1979: regresan los apartamentos de Central Park, las calles, las librerías de viejo, los árboles y los jardines, adornados con los tonos otoñales de la fotografía de Carlo Di Palma.