Muere Berlanga, el director que creó un género

Boquerini / Miguel Lorenci MADRID.

CULTURA

El adiós del director de «Plácido» y «Bienvenido Mister Marshall» deja al cine español sin un maestro genial, libertario y anarquista

14 nov 2010 . Actualizado a las 12:57 h.

Fundido en negro en el cine español por la muerte de Luis García Berlanga. Luto, respeto y dolor por la irreparable pérdida de un genio irrepetible. La vida del patriarca de nuestro cine se apagó al alba de un sábado otoñal en su casa de Somosaguas, al norte de Madrid, donde hoy será enterrado. Aquejado de alzhéimer, Berlanga murió con 89 años, tranquilo y rodeado por los suyos. La profesión, que lo idolatraba y respetaba como el mayor maestro, lo despidió apenada en la Academia del Cine, donde ayer por la tarde quedó instalado el féretro de su cofundador y presidente honorífico. Flanqueado por cuatro velas y una corona de rosas blancas, no lucía sobre su tapa ningún símbolo religioso. Una veintena de coronas, como las remitidas por la Fundación Príncipe de Asturias, que lo premió en 1986, se desplegaron en el vestíbulo. Tras él féretro, una pantalla gigante proyectaba imágenes de la vida y obra de un autor que quería ser recordado por su «espontaneidad e independencia».

Berlanga deja una veintena de títulos trufados de cargas de profundidad, pero lo mejor del legado de este cineasta ácido y lúcido, que retrató las miserias de la España franquista, es un trío que resiste el paso del tiempo: Bienvenido Mister Marshall, Plácido y El verdugo . Son pocos los que han dado nombre a un estilo o a un género. Luis García Berlanga fue uno de ellos. Su nombre define lo berlanguiano, un humor entre entrañable y esperpéntico, típicamente hispano, que ha creado escuela.

Esta figura clave del cine español en el siglo XX había nacido en Valencia en 1921. De familia republicana (su padre fue diputado en la Segunda República) oriunda de Requena, era sobrino del confitero y autor de sainetes Luis Martí Alegre. Estudió con los jesuitas y en un internado en Suiza para matricularse después en Filosofía y Letras, aunque ya había decidido ser director de cine tras una proyección de Don Quijote, de Pabst. La guerra truncó sus estudios y se enroló voluntario en la División Azul para enjugar el pasado republicano de su padre.

En 1952, dirigió Bienvenido Mister Marshall, el primer gran éxito del cine español de la posguerra, que estuvo a punto de ganar el Festival de Cannes si no llega a ser porque uno de los miembros del jurado, el actor Edward G. Robinson, la vetó por considerarla antiamericana.

De tendencias libertarias (lo que provocaba frecuentes discusiones con su colega Juan Antonio Bardem, militante comunista en la clandestinidad) y erotómano confeso, su trayectoria se definió por un constante enfrentamiento con los censores franquistas, que le prohibieron muchos más guiones de los que logró realizar. Aun así, sus películas, que frecuentemente escribía junto a Rafael Azcona, son un espejo, pasado por el humor y el esperpento, de la sociedad española de su tiempo.

A Berlanga le resultaba cada vez más difícil rodar en España, donde el propio Franco exigía ver sus películas antes de autorizar su estreno. Con la llegada de la democracia, Berlanga consiguió hacer la trilogía de La escopeta nacional, que está entre sus películas más celebradas. Pero pronto surgen nuevos problemas. Nombrado director de la Filmoteca Española, tuvo un durísimo enfrentamiento con Pilar Miró en 1977 cuando esta llegó a la dirección general de Cinematografía, que acabó con la destitución de este.

Polifacético y contradictorio, se definía como anarquista-conservador. Dirigió una colección de literatura erótica y lanzó el ambicioso proyecto de Ciudad de la Luz en Valencia. Siendo, como decía, un «vago de siete suelas», no dejó de trabajar mientras lo acompañó la salud.