Arte espontáneo en Baroña

Javier Romero Doniz
Javier Romero NOIA/LA VOZ.

CULTURA

Los turistas levantan improvisadas esculturas en el arenal anexo a los castros durante el verano

23 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Es probable que ni en la mente del fantasioso Sánchez Dragó, apasionado confeso del castro de Baroña y que un día reconoció en el planetario programa de Sardá haber viajado in situ y previo impulso del ácido lisérgico al origen de esta construcción castrexa para conocer a sus fundadores, cabía la posibilidad de crear un movimiento artístico basado en la espontaneidad popular.

Se trata de centenares de esculturas, o mecanos atendiendo a su forma geométrica, incluso cubista en algunas piezas, cuyo origen se desconoce, pero que María Rosa Pellejero describió haciendo uso, con sorna, del refranero popular: «¿Dónde va Vicente? Donde va la gente». El estilo utilizado en las piedras recuerda en algunos matices al movimiento creativo iniciado a los pies de la misma costa atlántica por Manfred o Man de Camelle, personaje que se valió de los cantos del litoral gallego para crear esculturas sobre el mismo suelo. Son cientos de esculturas, y a excepción de alguna, su altura no supera el medio metro: «Se trata de dejar una huella personal en el castro de Baroña. Cuando lo vimos casi nos impresionó tanto como los castros», comenta una de las acompañantes viguesas de María Rosa Pellejero, mientras se afana con el resto de su grupo por terminar de montar su rastro personal. En ese mismo grupo, y antes de continuar su ruta hacía el asentamiento celta, otro de los visitantes reconoce desconocer el origen de este movimiento y concluye apuntando que «al ver tantos se supone que se trata de algo obligatorio que todos los que visitamos esta maravilla tenemos la obligación de hacerlo».

Iniciativa popular

Por lo visto e indagado a pie de campo, nadie conoce el kilómetro cero de esta muestra artística basada en la espontaneidad. Ni siquiera lo saben en el bar que toma el nombre de este monumento y que se encuentra en el inicio del camino que conduce a esta galería de arte estival improvisada. Sus trabajadores aseguran no saber nada: «En agosto no tenemos tiempo de acercarnos al castro, pero es mucha la gente que pregunta cuál es el motivo. Nosotros creemos que el origen se gestó cuando una vez hecho el primero, continuaron otros, y al ser gratis, las miles de personas que visitan Baroña lo repitieron pero haciendo suya la idea, es decir, dándole una forma personal a cada escultura que levantaron durante su visita».

Sobre la estética, el catálogo demuestra que dentro de la condición humana hay cabida para todos los gustos. Hay quienes entienden este «recuerdo personal» como una estructura que supera el metro de altura, mientras que otros no levantan más de unas cuartas de la arena. Un ejemplo son las coruñesas Beatriz Barro y Beatriz Castro, que no dejaron pasar la oportunidad de hacerse la foto posando junto a su particular huella empedrada: «Es sorprendente, ya que la última vez que vinimos esto no existía, aunque resulta curioso y por eso lo estamos haciendo nosotras también».

Respeto a las construcciones

Otro visitante, Luis Taboada, que es natural de la zona y asiduo al asentamiento «tanto en invierno como en verano», confiesa que la gente está respetando las construcciones y su conversación, «aínda que hai poucas semanas atopeime unhas estatuas como as que se fan na beira da praia en medio dos castros e iso é o que non pode ser xa que é un patrimonio de todos», concluye.

A pocos metros, en el improvisado cámping que se encuentra situado en el pinar, sus ocupantes prefieren compartir la creencia de que algo místico existe en esta espontánea creación artística surgida este verano. Mientras, los más proclives a la tecnología prefieren retratarse con las construcciones para colgarlas después en un muro, el de la red social Facebook de Internet.